El cuento empieza a cobrar cada vez mayor protagonismo en la vida literaria cordobesa. Y esto no solo afecta al número, sino a la calidad de las publicaciones. De hecho, en la última convocatoria de los Premios Andalucía de la Crítica, dos de las obras finalistas eran de autores cordobeses: Teoría de lo imperfecto (La Isla de Siltolá, Sevilla), de Antonio Luis Ginés, y Trece de diciembre (Ánfora Nova, Rute), de Francisco de Paula Sánchez Zamorano. Pero es que además se publicaron cuatro obras de auténtico mérito: Los fantasmas nuestros de cada día (Ediciones en huida, Sevilla), de Fernando Molero Campos; Piernas fantásticas (Adeshoras, Madrid), de Ricardo Reques; El vigía (la Isla de Siltolá, Sevilla), de Diego Marín Galisteo, y El extraño escritor y otras devastaciones (Renacimiento, Sevilla), de Francisco Onieva. Una buena cosecha literaria que sitúa a Córdoba entre las provincias con mayor implantación del género. De estos seis autores, dos solo han escrito cuentos (Ricardo Reques y Diego Marín Galisteo); otro es autor de cuentos fundamentalmente, aunque de vez en cuando escriba alguna novela (Fernando Molero Campos); dos proceden del mundo de la poesía, aunque ya han escrito dos libros de relatos (Antonio Luis Ginés y Francisco Onieva); y el último (Francisco de Paula Sánchez Zamorano) es un jurista-escritor, presidente de la Audiencia Provincial de Córdoba, que lo mismo aborda la poesía que el artículo, la novela o el relato corto, del que ha escrito dos libros. Ninguno es, pues, primerizo en el género.

MUCHO CUENTO

Hace diez años, sin embargo, cuando se creó la Asociación Cultural Mucho Cuento, con el objetivo de impulsar la narrativa corta en nuestra ciudad, la publicación de un libro de relatos en Córdoba era algo extraordinario. Algunos años se editaba uno y otros, ni eso. Había, eso sí, un autor, Rafael Mir, que en 1955, cuando tan solo contaba 25 años, había publicado un libro prometedor, Cayumbo, un libro singular en aquella época, de escritura ágil, algo extraordinario entonces. Pero Rafael Mir decidió dedicarse a la abogacía en vez de la escritura y no volvió a publicar un nuevo libro de cuentos, Estamos solos, hasta 2002, 47 años después, ya jubilado. En 2006, entregado ya en cuerpo y alma a la escritura, publicó Cuentos de una cuarta, donde se hacía patente su amor a lo breve.

En la década de los noventa se produjo un cierto repunte. En 1992, el novelista de Puente Genil Campos Reina publicaba su libro de relatos Tango rojo y el dramaturgo Francisco Benítez sacaba a la luz en 1995 Cuentos ocultos del Sur. Estos dos escritores participaron en 1996 en una antología de Huerga y Fierro patrocinada por la Diputación que se titulaba Córdoba en la mirada. Esta antología, prologada por el crítico, poeta y narrador gaditano Antonio Hernández, contaba además con Francisco Antonio Carrasco, Alejandro López Andrada, Antonio Rodríguez Jiménez, María Rosal y Antonio Varo Pineda. En ella, Antonio Hernández aludía al «posible inicio de una, hasta ahora inédita, tradición literaria cordobesa, la del relato breve, que acompañe a la vieja de la tradición poética». En 1998, el profesor, poeta y ensayista Diego Martínez Torrón publica un libro de cuentos, Los sueños del búho. Y al año siguiente, 1999, se produce un acontecimiento excepcional para el género: la publicación de la antología 27 narradores cordobeses, a cargo del Centro Cultural Generación del 27, de Málaga, una antología que, por su número, no solo publica textos de cuentistas, sino de autores que, por unas u otras circunstancias, se han acercado a la narrativa breve. Y en ella están todos, desde Antonio Gala a jóvenes como Salvador Gutiérrez Solís, Joaquín Pérez Azaústre o Vicente Luis Mora. También en 1999, casi al mismo tiempo, se publican otros dos libros de cuentos, Música en la almohada, de Pedro Tébar, con el que había ganado en 1996 el Premio Tiflos, y El silencio insoportable del viajero y otros silencios, de Francisco Antonio Carrasco, finalista del Premio de la Crítica en el año 2000. De ahí a la creación de Mucho Cuento, poca cosa. Solo el citado libro de Rafael Mir, Estamos solos, y el primer libro de cuentos del poeta y novelista Joaquín Pérez Azaústre, Carta a Isadora (2001), con el que obtuvo el Premio Andalucía Joven.

En 2006, un grupo de amigos amantes de la narrativa breve (Antonio Luis Ginés, Rosa Galisteo, Juan Pérez Cubillo, José Castillejo Valero, José Manuel Martín Portales y Francisco Antonio Carrasco) crean la Asociación Cultural Mucho Cuento, denominada en un primer momento Asociación Cultural Cuarto Creciente. Desde entonces, han editado una quincena de libros que abarcan desde la didáctica (Cómo escribir un cuento. Cinco propuestas), hasta las colecciones de autor y las antologías de microrrelatos y relatos cortos, muchas de ellas con relevantes autores del género (Atmósferas o Contar hasta diez), además de impartir talleres de escritura creativa, poner en funcionamiento un club de lectura dedicado al cuento y organizar lecturas y presentaciones de libros. Todo ello, junto a la aceptación y difusión del cuento entre el público y las nuevas editoriales provoca una pequeña eclosión del género en nuestra provincia, con numerosos autores que, en muchos casos, se asientan en el cuento y publican periódicamente.

En cualquier caso, el mayor impulso al cuento en Córdoba se lo ha dado la Asociación Cultural Mucho Cuento y el mayor número de autores pertenecen, han pertenecido o están vinculados a ella de algún modo. Es el caso de Antonio Luis Ginés, con El fantástico hombre bala y Teoría de lo imperfecto; Francisco Antonio Carrasco, con La maldición de Madame Bovary y Taxidermia; Fernando Molero, con En la playa, El heladero de Brooklyn, En el baño, Tiernos espíritus poéticos y Los fantasmas nuestros de cada día; José Castillejo, con El laberinto de los días; Diego Marín Galisteo, con El vigía; María Teresa Morales, con De zíngaros y otras maravillas y Dulce hogar; Ricardo Reques, con Fuera de lugar, El enmendador de corazones y Piernas fantásticas; y Alfonso Cost, con Demasiados ríos por cruzar.

Fuera de la asociación, aunque muchos de estos autores han mantenido una buena relación con ella, Rafael Mir ha publicado otros dos libros, además de los mencionados: Cuentavidas y Cuarenta adulterios; Pedro Tébar logró el Premio de Narrativa Corta Generación del 27 en 2008 con Canción de la madre del agua; Francisco Onieva ha publicado dos libros, Los que miran el frío y El extraño escritor y otras devastaciones; Francisco de Paula Sánchez Zamorano, Rueda de máscaras y Trece de diciembre; Antonio Rodríguez, El inseminador de la margarita; Prudencio Salces, Talbania; Antonio Serrano García, Cuentos de amaneceres; Félix Ángel Moreno Ruiz, Misterio en Los Pedroches; José María Molina Caballero, Las estaciones del viento; Juan Ferrero, Espíritus de origen desconocido; Francisco Javier Guerrero, Micromundi y Caleidoscopia; Ramón Rodríguez, El viajero inmóvil; Julio Velasco, Menú del día; Pedro Porres, Córdoba, las historias perdidas; Salvador Blanco Luque, Hábitat, y Juan Jesús Luna, Despídeme de los piratas. A ello hay que añadir que tenemos uno de los mejores autores de cuentos de España aunque viva fuera de Córdoba, Manuel Moyano, autor de libros como El amigo de Kafka, El experimento Wolberg y Teatro de ceniza.

LA ÚLTIMA COSECHA

Antonio Luis Ginés, miembro fundador de la Asociación Cultural Mucho Cuento, ha quedado finalista este año de los Premios Andalucía de la Crítica con su último libro, Teoría de lo imperfecto, «una indagación en la realidad desde la propia realidad, con el código de los más cercano» como un material que le permite «ese amoldamiento, ese intento de que lo poético perturbe lo cotidiano y anule lo más plano». Un libro muy heterogéneo en el que la intencionalidad de cada pieza se ajusta siempre, sin embargo, al objetivo de mostrar otro enfoque de la realidad, poner el punto de mira en el detalle enigmático que dé otra tonalidad a la historia. Ginés, que no entiende el día a día sin la escritura, asegura que en el micro y el relato encuentra «las herramientas para el disfrute de la creación» y considera que el microrrelato «debe estar equilibrado en todos sus elementos», pero la elipsis y la concesión han de ser dos pilares básicos. Todo ello tratando de sugerir sensaciones en el lector y con una chispa que incendie el relato.

Francisco de Paula Sánchez Zamorano es un todoterreno de la literatura que se siente «más seguro y resuelto en la prosa». Con su segundo libro de relatos, Trece de diciembre, un conjunto de seis piezas cohesionado por el misterio, el suspense y el terror, ha sido este año finalista del Premio Andalucía de la Crítica. Admite que escribe cuentos por el escaso tiempo que le deja su trabajo, pero se somete al rigor y las exigencias que el género le plantea: «afrontar el reto de tener que plasmar la historia en pocas páginas, donde has de describir en sus justos términos una escenografía, presentar unos personajes y darles un perfil intelectual, ofrecer una situación y dotarla de una buena ambientación, desenvolver una trama y darle su resolución final, tratando de que esta constituya una verdadera sorpresa para el lector, que si queda verdaderamente perplejo o confundido, aún mejor. En ello, a mi juicio, está la clave». Sánchez Zamorano, que se basta para empezar a escribir con «un ligerísimo bosquejo de líneas gruesas», intenta trasmitir «que las cosas no son lo que parecen, ni mucho menos tan equilibradas y perfectas como se proyectan formalmente hacia el exterior, pues a veces esconden un prisma desconocido, un lado oculto».

Fernando Molero Campos tiene el mérito, junto a Rafael Mir, de ser el autor cordobés con más libros de cuentos publicados, cinco. El último, Los fantasmas nuestros de cada día, muestra su concepción del mundo, «por qué mis personajes son unos pobres diablos que desean cosas y tienen sueños que nunca se cumplen». «Esos fantasmas -aclara- no son otra cosa que el miedo a la pérdida de los hijos y de los seres queridos, el miedo a vivir la vida como una sucesión de elementos repetitivos sin demasiado sentido, la posibilidad de ser uno mismo y otro al mismo tiempo». Molero asegura que escribe cuentos por necesidad y porque es el género en el que se siente «más cómodo» y se adapta mejor s sus «particulares opciones vitales». Considera que lo más importante del cuento es el lenguaje, el ritmo y el tono, además de ofrecer una buena historia, y suele leerlo muchas veces y en voz alta para «ver cómo suena al oído». Cuando empieza a escribir, tiene la idea en la cabeza y sabe dónde quiere llegar, «aunque siempre con el margen suficiente para no asfixiar la historia».

Ricardo Reques es un enamorado del cuento. Además de haber escrito tres libros, realiza una gran labor de difusión del género a través de su blog Fuera de lugar y como coordinador de la sección de relatos de la plataforma cultural La Torre de Montaigne. Su última obra, Piernas fantásticas, trata esencialmente de «la búsqueda de la belleza en todos sus componentes; la belleza física, la belleza espiritual o artística y la belleza moral». Para Reques, la escritura es la forma más precisa de expresarse, ya que le concede «el tiempo necesario para elaborar lo que quiero decir». Y dentro de la escritura, «el cuento es la forma más eficiente de expresión, cada palabra tiene su peso; es necesario encontrar las palabras justas para conseguir expresar lo que uno quiere». Considera que cada cuento nace de una idea «que tiene algo que ver con algún problema filosófico que me interesa y, a partir de ahí, construyo una historia con elementos muy diferentes, buscando el punto de partida, la voz narrativa y el final».

Diego Marín Galisteo es el más joven de todos. Y el que menos ha publicado -un solo libro, El vigía-, pero tiene una gran experiencia como profesor de talleres de escritura creativa, muchos de ellos con la Asociación Cultural Mucho Cuento. Con El vigía, una colección de 64 microrrelatos, ha pretendido, dice, «dar toda la naturalidad posible a muchas historias exageradas que me han acompañado durante toda la vida». «Gran parte de ellas -continúa- han sido incluso pensamientos recurrentes, sin interesarme demasiado por sus posibilidades narrativas. En un momento determinado, una de esas historias tomó la forma de un microrrelato (El niño del pozo). Supongo que sentirme satisfecho con el resultado me predispuso a seguir explorando esa parcela». Asegura que escribe «para completar ciertos huecos de mi vida que no alcanzo a rellenar con ninguna otra cosa. Para mí, esos espacios siempre han tenido las dimensiones de un cuento; casi siempre de un cuento breve. Necesito que haya intensidad y ser todo lo conciso posible para poder entenderlos».

Francisco Onieva procede del mundo de la poesía. De hecho, este año ha ganado el prestigioso premio Gil de Biedma. El extraño escritor y otras devastaciones es su segundo libro de cuentos. Con él ha querido mostrar «algunas de las grietas e injusticias que existen en la sociedad» para lo que plantea «distintos personajes en primera persona que son, en el fondo, un mismo personaje poliédrico a la deriva, que se conforma con sobrevivir en una sociedad hostil, sobre la que proyecta su fracaso existencial». Para expresarse, ha elegido el cuento breve porque «refleja mejor el carácter poliédrico del ser humano actual y de la sociedad con la que se relaciona». Lo que más le atrae del cuento es «el reto que supone ir a lo esencial con el menor número de palabras posibles» «De hecho -continúa-, tanto en mis versos como en mis cuentos funciono de una manera similar: en la última tarea de depuración del texto, lo despojo de todo lo que sobra, de todo lo superficial». Y es que en un relato «no puede sobrar ni faltar nada, no hay margen para el error».