En la zona céntrica y modernista de Barcelona, Clara Montsalvatges reside en un piso cuya propiedad proviene del pasado oscuro del abuelo. Clara lo convierte en la Casa de los Cuidados, donde acogerá a amigas y conocidas que necesiten retirarse para descansar de las enfermedades y decepciones de la vida. La aparente tranquilidad, sin embargo, se verá enturbiada por los gritos y ruidos del piso de enfrente, la Casa de las Furias, hasta que un día decide traspasar el umbral de su vecina y es entonces cuando se nos abre el mundo de Violeta Mancebo, casada con el Bastardo, hijo ilegítimo del Rey de Cataluña. De esta forma aterrizamos en la familia de los Masclans-Codony. ¿Podría la excesiva riqueza amasada de forma fraudulenta, el poder desmesurado y el engolado sentido de autosuficiencia despertar el rancio instinto de independencia?

Gonzalo Torné (Barcelona, 1976) es autor de novela y ensayo. Con Hilos de sangre (2010) obtuvo el Premio Jaén de Novela. Le siguieron Divorcio en el aire (2013) y Años felices (2017). En 2012 publicó también un ensayo titulado Tres maestros (2012). Es, además, traductor al español de obras de autores como Samuel Johnson, Willian Wordsworth y John Ashbery. Sus obras han sido traducidas a varios idiomas, como el inglés, francés, alemán, italiano, holandés portugués y catalán.

Violeta Mancebo, de un estatus social más humilde, educada en los principios del trabajo honesto, el esfuerzo y el ahorro, conoce al Bastardo y queda engullida por el brillo del dinero y el sueño de una vida regalada, de restaurantes caros, islas paradisíacas, de vacaciones después de las vacaciones: «Violeta apoyó la cabeza en el pecho del Bastardo, eran las disculpas que no le salían con palabras. Y se juró que era la última recaída, que iba a disfrutar del interior confortable de la esfera trazada por las posibilidades del dinero» (pág. 64).

No obstante, Violeta no tardará en ser víctima de la sofisticación en forma de velado desprecio desde la superioridad de los Masclans: Pere Masclans y Montse Codony.

En El corazón de la fiesta asistimos no solo a la frialdad y tirantez entre clases sociales, sino también a la infértil e inconsecuente pugna por la supremacía de un idioma sobre otro; el catalán sobre el castellano, que desde una mirada estrecha y nacionalista no permite la convivencia de ambos sino más bien que uno devore al otro: «Desde niños han vivido en el centro de un sistema represivo ideado para protegerlos del hambre, del frío, de la enfermedad, de la saliva, del contacto, del castellano, de los pobres...» (pág. 88).

La familia Masclans, en la embriaguez de su ambición, llegará a sentirse indispensable para el resto de los catalanes, hasta el extremo de llegar a creer que estos serían capaces de aceptar, casi sin voluntad propia, cualquiera de sus actividades ilegales y que, aun así, permanecerían impunes: «Podríamos quebrar un banco y responsabilizar a la catalanofobia, meter a los estudiantes en barracones, ralentizar la sanidad hasta que la gente tenga que decidir si prefiere morirse en la sala de espera o refugiarse en nuestras mutuas y seguirían votándonos» (pág. 193).

El autor nos adentra no solo en los intestinos del espíritu nacionalista y clasista, sino que también nos hace visible la superioridad de los personajes masculinos como Pere Masclans, Yúnior, o el Bastardo, que controlan los entresijos financieros, sobre los femeninos, Violeta, Montse o La Culpable, que solo aparecen para disfrutar de los placeres que les puedan proporcionar sus compañeros, sin apenas haber sido pensadas para participar en los dominios del Dinero. Y como todo lo que se sostiene sobre pilares inciertos, después del destello de los brillos fugaces y el esplendor de la riqueza, llega la decadencia y el destronamiento.

En la fiesta que propone el autor, todos bailan en torno a la corrupción financiera y sentimental, en un mundo en el que la infidelidad o el adulterio son un reflejo más de la hipocresía moral en la que se encuentran.

Gonzalo Torné nos deja una novela con ricos y bellos paisajes en los momentos felices, con destellos dorados y esmeralda, al más puro estilo modernista, para expresar la plasticidad deslumbrante y sensual de la ilusión de la abundancia, para más tarde amenizar sobre los ocres viscosos y el barro fraudulento de lo inviable.