Treinta años como interino en la Tercera Sección de Riegos del Ministerio egipcio de Obras Públicas en Alejandría, con alguna incursión como corredor de bolsa. Una vida gris que contrasta con una niñez y juventud azarosas. Familia griega de origen constantinopolitano, trasladada a Alejandría, familia de comerciantes burgueses con negocios de tejidos y relaciones en Inglaterra, llevada de aquí para allá por las guerras y la ruina. Constantinos Petros fue el último de nueve hijos y, sin duda, uno de los grandes poetas contemporáneos.

Un excelente dominio del francés y del inglés, su amistad con Periclís Anastasiadis, que tan buena influencia tuvo en su trayectoria y que recopiló manuscritos y notas del autor, así como el conocimiento del mundo cultural ateniense fueron un marco favorable para su desarrollo literario.

La Biblioteca de Literatura Universal de Almuzara ya nos ha ofrecido títulos capitales en magníficas ediciones, no le va a la zaga la de estas Poesías Completas en traducción de Pedro Bádenas de la Peña que reúne poemas inéditos, poemas ingleses, traducciones, poemas proscritos, inconclusos, borradores, poemas en prosa y traducciones inéditas, así como los poemas canónicos. Una edición que solo se puede calificar de magnífica en todos los aspectos.

Una definición más que clásica entre historia y literatura es la que afirma que la primera narra los hechos según fueron por el principio de verdad y la segunda lo hace según pudieron ser por el principio de verosimilitud. La realidad es que los textos históricos antiguos, las llamadas crónicas, están preñados de leyendas y de hechos fantásticos y así durante siglos; hechos que se daban como probados, lo que abre una posibilidad a la ficción que se hace libertad en la escritura creativa que, por supuesto, puede tener raíces en acontecimientos históricos en el sentido moderno del término.

Las fuentes de un texto son casi infinitas y en el caso de Cavafis la historia griega clásica, prolongada en el Imperio Bizantino y Roma, le permitieron definirse como un poeta historiador. Su conocimiento de las fuentes es exhaustivo pero la magia del verso, el tratamiento de lo narrado -en Cavafis ese componente es clave-, la capacidad para superar el plano concreto y alcanzar los valores simbólicos articulan un universo lírico de valores estéticos universales que puede nacer de una frase adversativa.

«En el 200 a. C.» el primer verso es una inscripción: «Alejandro, hijo de Filipo, y los griegos, salvo los lacedemonios...». En efecto, en la guerra contra los persas la coalición helena no pudo contar con los espartanos. La enumeración de las batallas: Gránico, Iso y Arbelas son títulos de gloria no aplicables a los guerreros de Esparta. El mundo como lo hemos entendido durante siglos es consecuencia de las hazañas alejandrinas y la conclusión alcanza el valor universal al que me he referido: «Y de esta sorprendente expedición panhelénica, / victoriosa, resplandeciente, / afamada, gloriosa / como ninguna otra lo fue, / simpar: surgimos nosotros; / un nuevo mundo griego, inmenso.» La adjetivación enfática es adecuada a la gesta.

«El dios abandona a Antonio». El mundo interior de una habitación, quizás no muy distinta a aquella en la que se encontraba con adolescentes que eran Ganimedes para sus deseos y, al mismo tiempo, martirio de esos mismos deseos. El mundo exterior, la calle de Alejandría por la que discurre un cortejo báquico de cantos y pasiones, de encuentros y besos, de vinos y danzas. Una ventana es el límite, la frontera y un adjetivo: valiente. La dignidad de la tradición impide llorar, suplicar o lamentarse. Hay que resistir la soledad, la decadencia, la ciudad perdida en la noche. Estoicismo se predica aunque la melancolía y la angustia llenen lo poco que queda de vida.

Un poema perfectamente aplicable a nuestros días es el famoso «Esperando a los bárbaros». Una civilización decadente, aburrida, sin esperanzas que vengan de sí misma, necesita la llegada de los extranjeros, de los bárbaros. El tiempo se suspende y el foro y las murallas de la ciudad son el marco donde los magistrados esperan y el emperador, con todas sus insignias, espera y no se legisla y los oradores no pronuncian sus floridos discursos -que molestan a los bárbaros-. ¿Qué traerán los invasores? Seguramente la muerte y la destrucción aunque el emperador les va a ofrecer un pergamino lleno de títulos. Pasan las horas y el desánimo se va abriendo paso. No hay nada que hacer, los bárbaros no llegan: “Esta gente, al fin y al cabo, era una solución”. Léase.