Con el proverbio sufí de no esperar a que pase la tormenta y bailar bajo la lluvia, inicié mi tan ansiada aventura hacia el Camino de Santiago. Dudas, incertidumbres, miedos, pero sobre todo mucha ilusión hacia esa andanza que, hacía algún tiempo, no paraba de runrunear sobre mi mente.

Encuentros con sentimientos ocultos en grandes corazones peregrinos, rupturas de hielo para establecer esa charla amiga, indagaciones en miradas furtivas y misteriosas de esos ojos que no volvería a ver y, sobre todo, escalada hacia el techo de la libertad a través de la anhelada soledad.

La mochila descansa a mis pies, rebosante de ilusiones, en el tren que me llevará a mi destino. Los recuerdos van quedando desdibujados y lentos bajo el tórrido sol de la estepa castellana. Santiago quedó atrás. Un trocito de nuestros corazones bailará con las meigas bajo la lluvia y no esperarán, bajo ningún concepto, a que pase la tormenta.