Una buena historia necesita el momento exacto y la persona adecuada que la cuente; el momento es ahora y nadie mejor que una hija del carbón para contarla. En la ciudad minera de Ponferrada (León) existía el camino negro, llamado así por los residuos del carbón de los camiones que pasaban y que lo habían cubierto totalmente. El camino del carbón, de su historia y sus gentes es el que emprende Noemí Sabugal (León, 1979) en un viaje por las cuencas mineras de España que explotaron el negro mineral. Es un viaje basado en la propia vida, en su genealogía y cultura minera, al igual que muchos de los lectores que se verán retratados como en un espejo, porque esa es la primera de las grandes virtudes de este relato: poner al lector ante su propia experiencia, muchas veces olvidada, de lo que ha sido la vida junto al carbón, por el carbón y para el carbón. Durante varias generaciones el carbón alimentó las esperanzas y el desarrollo de un país. Hizo producir a sus fábricas, empujó sus máquinas y calentó sus hogares, aunque también dejó heridas profundas tanto en el paisaje como en el corazón de muchas familias que vieron como muchos de los suyos perdían la salud y la vida. Una forma de vida, una cultura a la que la narradora leonesa da voz, haciéndola palpable para el lector, consiguiendo crear la atmósfera real de lo que fueron y son las cuencas mineras sin caer en la nostalgia fácil ni siquiera esbozar una crítica dogmática de una concreta forma de vida que se ha ido, de una cultura que, con toda seguridad, no va a volver jamás.

Esta autobiografía, memoria, ensayo o reportaje de Noemí Sabugal llega en el momento exacto, no podía ser otro: la agonía del carbón o más bien su muerte. La autora es consciente de que toda una forma de vida se ha ido para siempre. El libro comienza con un viaje a través de la propia memoria que recuerda, encarnada en la figura de su abuelo José, una historia que es común a muchas de las familias mineras: la enfermedad, el accidente, la amenaza de la muerte constante, el miedo a la pérdida. Y ese preludio le sirve para partir desde su microcosmos hacia lo que llama los territorios negros. El primero, cómo no, Asturias, un territorio idealizado como el paradigma de la minería del carbón, luego será León y Palencia, las cuencas del Ebro y el Segre, Teruel, Barcelona, Ciudad Real, Sevilla y Córdoba, para acabar, al fin, donde se decía que terminaba la tierra, en Coruña, en una mina que no es una mina sino un lago que sobrevuelan las gaviotas.

Por el camino negro van pasando territorios desolados que la naturaleza va recuperando poco a poco, edificios que son como monasterios abandonados y que, como lo fueron ellos, pierden sus tesoros por el saqueo, la codicia o la desidia; pero también hay imágenes de minas subterráneas por las que se deslizaban las barcas en la oscuridad, galerías como catedrales o como cuevas de enanos en las que los hombres sudaban y morían. No es un mero libro de viajes, es algo más; es literatura porque la autora es capaz de apresar la belleza de cada uno de los espacios, de ver el dolor y la angustia en los corazones y también el orgullo, incluso el recuerdo cálido de una forma de vida, de una cultura en la que muchos aún están apresados. Y es ahí donde no acalla ninguna voz, no dicta dogmas ni quiere establecerlos. Y no faltan las de aquellos que recuerdan el carbón y los estragos que ha causado en sus familias. El libro delata, de este modo, la honestidad de la autora en su visión de ese gran mar oscuro y profundo que fue el carbón. Un mar en el que muchos vivimos, aunque no fuéramos plenamente conscientes, pues como ella bien cuenta, para el que vivía en la cultura del carbón no existía nada más allá: un mundo pequeño, un microcosmos en el que se trabajaba, se comía, se estudiaba, se amaba y se moría. Es una historia para los hijos del carbón, pero también para los otros, los que vivían más allá y también lo eran sin saberlo.

Las fotografías de Pablo J. Casal y el mapa al inicio del libro de Pepe Medina, donde se señalan los territorios de los hijos del carbón, completan un documento esencial para entender la cultura minera. Un testimonio imprescindible, una memoria grabada en piedra que ahora queda plasmado como un enorme y grandioso monumento por Noemí Sabugal y su viaje al corazón de las tinieblas -rememorando a Conrad- que termina como empieza: ligado a la memoria, a la suya y a la de todos los hijos del carbón que ahora y para siempre ya saben que lo son.