‘El ladrón de recuerdos’. Autor: Michael Jacobs. Editorial: La línea del horizonte. Madrid, 2018.

Michael Jacobs falleció a comienzos de 2014 cuando trabajaba en uno de los mejores acercamientos desde la mirada especialista al gran pintor Velázquez. Los últimos años vivía enfrascado en esa temática. Al visitarlo en su casa de Frailes (en la Sierra Sur de Jaén) el estudio y otras estancias aparecían invadidos por libros sobre el pintor sevillano. Fue su último intento de adentrarse aún más en un país que le enamoró y al que se entregó primero como viajero y más tarde como habitante, como un lugareño más. Tuvo el mérito de abrir las iglesias barrocas al escepticismo británico y mostrar una Andalucía alejada de los tópicos.

Con anterioridad había escrito sobre esa temática con varios libros de viajes sobre Andalucía, como la vigente guía que más viajeros británicos consultan al visitar el sur de España. Pero sobre todo nos legó un relato único en La fábrica de la luz (2003), que Paul Preston definiera como el «Macondo andaluz». Una crónica de su estancia frailera, donde convergía toda la experiencia vital y narrativa de Jacobs, en un mundo aún marcado por la inocencia, la solidaridad a la vez que el apartamiento geográfico de sus habitantes, esquinados en una sierra. La alta cocina de chef sui generis se mezclaba como si de realismo mágico se tratara con el santo Custodio o un cincuentenario con Sara Montiel de protagonista. La presencia y escritura del escritor cambió el pueblo para siempre acompañado de un alter ego literario, pero real, como fue Manolo «El Sereno», su compadre de andanzas.

Sin embargo, en la última etapa del continuo viajero que fue Michael Jacobs -y no conducía- sintió especial predilección por Sudamérica. Hasta allí viajó en varias ocasiones largas temporadas y siguió el rastro de su abuelo, ingeniero que participó en la construcción del ferrocarril en los Andes. A través del juego epistolar descubrimos dos interesantes tiempos en el mismo espacio. El resultado una crónica personal titulada Ghost train through the Andes (2006). No obstante la gran obra, la gran crónica, vino después con la versión original de un viaje por el río Magdalena de Colombia: The robbers of memories (2012). En él se nos narra su periplo remontando un río mítico a la vez que una metáfora de la memoria, la del propio Gabriel García Márquez, al que se encuentra en los inicios de la andadura, pese al estado deteriorado de su memoria, quien comenta al inglés, enterado de su intención, que recuerda «todo sobre el río Magdalena, absolutamente todo», para después perderse de nuevo en el extraño robo de su memoria. Como ha anotado Cees Notebooom, la historia comienza con dos escritores que por desgracia ya se encuentran fallecidos.

El río y la memoria son los dos grandes protagonistas, o mejor el proceso de pérdida de la memoria, la de su madre por demencia senil, la de su padre por Alzheimer, la de los pobladores de una parte del territorio cercano al río que desarrollan de manera muy llamativa ese mal. A lo largo del viaje caimanes, manatíes, personajes singulares van poblando el relato, incluso la guerrilla con quien llega a contactar sin quererlo. A veces, en el relato, sentimos que el propio García Márquez se apareciera para ofrecer unos personajes que sin esfuerzo poblarían cualquiera de sus creaciones.

Un par de asuntos que requieren atención antes del final. En primer lugar, que hasta el presente año no hayamos podido disfrutar de la versión en castellano, resuelto gracias al esfuerzo de la editora Pilar Ramiro, y en segundo lugar, el acierto del traductor Martín Schifino, que ha logrado sin traición un ritmo de lectura a la altura del texto original. Se fue demasiado pronto Michael Jacobs, en la plenitud de su escritura, pero ha dejado un legado humano y literario de valía universal, aun cuando su mirada parezca encauzada a buscar el lugar recóndito y singular, tal vez porque ahí el ser humano, si supera el recelo del otro, del que llega, se muestra transparente.