En palabras de Claudio Magris, Necrópolis «es una de las obras maestras de la literatura del Holocausto». Y a fe mía que decir esto después de haber leído a Primo Levi o Imre Kertész es decir mucho. Pero aún dice más: «La mirada micrológica del autor atrapa lo esencial -el horror difícilmente expresable- desde partículas aparentemente insignificantes y coloca cada cosa, aunque sea mínima, dentro de una perspectiva global, dentro de la totalidad de la vida y de los procesos naturales e históricos». Y es que cuando parecía que lo habíamos leído todo sobre la solución final, cuando parecíamos saberlo todo sobre los campos de exterminio, «un exdeportado turista se encarga de sacarnos de nuestro error una vez más, frente al barracón y al alambre de espino transformados ahora en museo, recordándonos cargado de dolor y emoción el sufrimiento, el hambre y el frío que hubo de pasar. Esta es su historia. Esta es la historia de Boris Pahor. Este es su libro. Necrópolis. Edita Anagrama. Estamos ante uno de esos libros de relatos que invitan al desasosiego por más que intentemos adentrarnos en él desde la lejanía. Estamos ante un autor marcado por la tragedia del tiempo que le tocó vivir, y ante unos cuentos en los que a pesar de estar ubicados en los campos de exterminio nazis, rebosan poesía y optimismo. No es fácil para un profano en la literatura del holocausto entender las magistrales piezas narrativas de Primo Levi, y menos aún comprender ese sentimiento conciliador que muestra su autor. En plena vorágine belicista, Primo Levi nos muestra los perfiles de diferentes compañeros de desdicha para quienes el simple hecho de despertarse una mañana suponía toda una victoria y un reto, un bocado de una manzana podía ser un auténtico festín, y una carta enviada clandestinamente a su familia en el exterior, una liberación. Primo Levi fue un testigo de excepción de uno de los períodos históricos más deleznables del siglo XX, y desde su atalaya de observador de la vida diaria de los prisioneros de Auschwitz, muestra en Cuentos su cara amarga más amable a la vez que la más irónica, sabedor que servida como estaba la tragedia, otros se encargarían de narrarla.

Posiblemente sea su testimonio literario uno de los más veraces de cuantos sobrevivieron a los campos, pero eso no habría de impedir que sufriera durante no pocos años el síndrome del superviviente, consciente de que aquellos que habiendo padecido como él en los campos de exterminio y callaron los años posteriores, lo hicieron por sentirse cómplices involuntarios del régimen nazi.

Cuando lean esta Carta del Norte, el Reino Unido habrá consumado el brexit, y una de las escasas aportaciones interesantes que hasta la fecha he podido leer sobre el tema, habrá sido la fascinante revisión kafkiana de La metamorfosis, en esta ocasión a cargo de Ian McEwan y su La cucaracha.

No me parece que al primer ministro, en un primer momento de la corona de su majestad le haya gustado verse transformado de cucaracha a ser humano, ni como presenta los diferentes estamentos que llevaron a ese país a la situación actual.

Pero la literatura está para observar, datirizar y criticar, retrando una realidad que a Ian McEwan se le antoja degradante y desconcertante. El tiempo lo dirá.