H ace veintidós años vino al mundo, parido por la burlona imaginación de Alfonso Ussía, un personaje nobiliario, esperpéntico y tierno a la vez, llamado Cristián Ildefonso Laus Deo María Ximénez de Andrada y Belvís de los Gazules, o más brevemente, el marqués de Sotoancho, un millonario liberal, heredero de un pequeño feudo llamado La Jaralera, una finca ficticia, situada entre Cádiz y Sevilla, donde el noble gobierna como si fuera un sátrapa en un reino de taifas.

En su primera entrega ya aparecía una pléyade de personajes estrambóticos como yihadistas, guardias civiles, monjas y una madre superiora. Una de las novicias, llamada Paula, será objeto de las ansias libidinosas del marqués de Sotoancho, que la raptará con ayuda de un grupo paramilitar de soldados serbios contratados a su servicio como mercenarios, personal de seguridad y mayordomos. Es el inicio de una trama llena de diálogos breves e intensos, con juegos de palabras, lenguaje coloquial, situaciones ilógicas, disparatadas, pero llenas de humor por los cuatro costados.

Alfonso Ussía (Madrid, 1948), periodista y escritor, ha sido columnista en Abc , La Razón y en el semanario Tiempo . Ha escrito libros como Crónica del desastre (Ediciones B, 2005), Mujeres del reino (2009) y No, no y no. Contra la secesión de Cataluña (2013). Acaba de publicar con Almuzara la última novela de su serie del marqués de Sotoancho. Es la decimoquinta entrega, después de que Memorias del marqués de Sotoancho . La albariza de los juncos inaugurase la serie en 1998. La última lleva por título La exhumación de papá y el cróquet (2020).

El marqués de Sotoancho es la imagen distorsionada y esperpéntica del señorito andaluz, dueño de un feudo donde su palabra es la ley, millonario hasta el aburrimiento, conservador hasta el delirio, pero profundamente humano. El autor se sirve de este personaje, a veces ridículo, otras fanfarrón, la mayoría de las veces tierno, para dar un repaso cruel y despiadado de las estupideces nacionales a que nos vemos sometidos diariamente: pasan por las páginas las críticas a los políticos, la superioridad de los poderosos, la forma de vida de los potentados, la hipocresía del clero, los engaños, el egoísmo y la vanidad para reírse a carcajadas de las contradicciones de nuestra sociedad, desde la óptica de un señorito andaluz que podríamos calificar de extrema derecha pero a quien no se le olvida reírse de sí mismo, de las libertades que se toman sus criados o de los cuernos que le pone su mujer. Es en esa faceta, más que en la crítica política descarnada, donde reside la virtud del marqués de Sotoancho, en la capacidad de relativizar el mundo en que vivimos, de reírse de uno mismo, de mantenerse en sus postulados como personaje del gran teatro del mundo que habitamos estupefactos, especialmente en este país.

Con ironía y sorna a raudales, sin más pretensiones, en poco más de ciento cincuenta páginas de agradable lectura, gozamos de la virtud de ver la realidad que nos circunda, ahoga o invade, según los casos, no con la angustia de un telediario mil veces repetido sino con las dos armas que pueden aminorar toda estupidez humana: más sentido del humor y más autocrítica.