Antonio Gala Velasco fue a nacer un 2 de octubre de 1930, en Brazatortas (Ciudad Real), pero desde la infancia su mirada se llenó del sol de Córdoba y de la belleza que labraron en ella los antiguos alarifes y los místicos zufíes, por eso un día de abril de 2016, cuando se le homenajeaba en Córdoba por haber sido nombrado por la Junta de Andalucía Autor del Año, dijo: «Yo no puedo ser de otro sitio y por nada del mundo dejaría de ser Córdoba». A Córdoba viene con cierta frecuencia, apoyando siempre a la Fundación que lleva su nombre, y en esta ciudad escuchó del entrañable Pablo García Baena esas palabras que lo exaltaban recordándole que posee el «título más grande que se puede recibir, el de Hijo Predilecto de Andalucía». Recuérdese, además, que a esta su ciudad de adopción ha dedicado su libro Córdoba de Gala (Almuzara, 2017), donde -como escritor de cuerpo entero que es- «Poemas, artículos de prensa, pasajes novelísticos y textos varios integran las páginas de este volumen en el que Gala plasma su pasión por Córdoba y, por extensión, por Andalucía»; libro del cual ha reconocido que contiene el legado del que se siente más orgulloso. Por eso no extraña tampoco que la editorial Ánfora Nova lo cumplimentara en el 2000 con un oportunísimo volumen titulado Antonio Gala. Cordobés universal (Nº 41-42 de la Revista Literaria Ánfora Nova), ni que en 2014 la revista Suspiro de Artemisa le rindiera honores con textos de casi cien poetas coordinados por Calixto Torres. Así que honrarlo hoy a través de su vasta y diversa obra literaria es un acierto compartido con entusiasmo por el mundo de la cultura. Es ante ese colectivo ante el que Gala quiso dejar claro, respondiendo a Jesús Quintero en 2013, que «Yo he hecho mi obra porque me gustaba escribir, pero nada más».

LA POESÍA SE VISTE DE GALA

El aliento de poeta de Antonio Gala, que emana inconfundible en cualquiera de sus textos, ha existido desde siempre en su escritura. Es su palabra tan original, adornada e incluso esplendente la que se desborda de modo irremisible en los otros géneros hasta inundarlos de pasión y de poesía; por esto José Infante -en una publicación tan divulgada como la Enciclopedia General de Andalucía (2004)- ha calificado sus «primeras comedias de teatro poético». Su primera obra se adscribe por cierto al género lírio -la segunda, Los verdes campos de Edén, de 1963, al dramático- y con ella mereció en 1959 un accésit del Premio Adonáis, por lo que en 1960 se publicó con el título de Enemigo íntimo (Madrid, Rialp), pasión lírica que continuó en las entregas Sonetos de la Zubia (1981), Testamento andaluz (1998) y ya en esos otros más cercanos que son sus Poemas cordobeses (1994), Poemas de amor (Barcelona, Planeta, 1997; prólogo y edición de Pere Gimferrer) y también más recientemente El Poema de Tobías desangelado (Planeta, 2005). Sin duda lleva razón Jesús Bregante en su Diccionario Espasa al concretar que «sus inicios literarios fueron en el campo de la poesía; fundó varias revistas, y algunos de sus versos aparecieron en otras como Platero y Cuadernos Hispanoamericanos». Es más, se ha escrito que en una de sus conferencias -octubre de 1993- el propio Gala dijo: «Si yo tuviera que elegir un adjetivo para calificarme no dudaría: Poeta».

Una de las perspectivas desde la que puede admirarse la poesía de Gala es la de su andalucismo. Él vive y respira por lo andaluz y lo trata en justo aprecio como vivencia universal en aquel poema suyo «Guadalquivir en Sanlúcar» al decir: «Vio el jazmín, la pineda,/trigos, olivos, cantes destrenzados./Vio la belleza que no atardece nunca./.../ Al despedirse de la Andalucía, / sintió el sabor salado de la muerte...».

Y este andalucismo puede rastrearse sin esfuerzo en muchos de los pasajes de sus poemarios Testamento andaluz (donde él mismo confirma que aparecen «tres [poemas] por cada una de las ocho melodiosas provincias hermanas»), que contiene una alabanza perenne a Andalucía por ser esta dulce escenario de dicha y amor: «Nada es sueño en el Sur/sino realidad/morena y desvelada». Cuadra aquí perfectamente aquella apreciación suya de que «el escritor debe mirar para luego apartar la mirada, y ponerse a escribir». Incluso en la poesía amorosa, esa que puede degustarse en sus esplendentes Poemas de amor, deja también rastros de su acendrado andalucismo en versos que son verdadera y ardiente sugerencia: «Y nosotros ¿qué haremos?/Los nacidos en tierras soleadas,/donde todo es como una jadeante/pedrería...».

No hay duda de que en principio la poesía de Gala es siempre un canto de amor: al paisaje, a sus elementos y a sus gentes: de ahí que en El poema de Tobías desangelado proclame: «Qué gozosos los tres./No, qué gozosos los cuatro:/tú, el aire, el amor y yo».

Pero estrictamente, y con un tono de sencillez y agilidad que favorecen la comprensión, la poesía amorosa de Gala resplandece por enaltecer la compañía de lo amado que duele por su repentina pérdida o por ser evocación del pasado; El poema de Tobías desangelado rezuma esa emoción que condicionó la fortuna y la alegría precedentes: «Hoy evoco los gentiles/cuerpos que amé/.../Ellos me dieron vida,/intensidad de goce o sufrimiento./.../De nada me arrepiento:/yo también me entregaba». Y de acuerdo con este planteamiento lírico, el amor es una exaltada felicidad que se vive en un entorno concreto y a la que se accede frecuentemente también a través de la mirada, por eso todo cambia irremediablemente cuando hiere el recuerdo del amor: «Qué extraño este paisaje/sin tus ojos, para mis ojos solo./…/Tan solo sé que el habitual paisaje/es demasiado grande para mí». Lo que el poeta exalta es ese intenso trance entre el placer y la melancolía, la certeza y la duda.

Se comprende así que declarara en 2015 que «en el amor no hay gozo sin sufrimiento». Estas son razones más que suficientes para que el citado José Infante haya entendido la poesía de Gala como «una mirada sobre el paso del tiempo, la fugacidad y tragedia del amor, y los lugares relacionados con estos temas que han ido siendo los escenarios de su vida».

Aunque cuanto representa el escritor dentro del género lírico es algo aún en proceso de interpretación por parte de la crítica, es seguro que un primer paso se dio en las páginas antes citadas de la revista literaria Ánfora Nova (Rute 2000), donde con frecuencia se opinó sobre el significado y el alcance de su poesía. Allí Elsa López reconoce que «él había escrito los más bellos poemas de amor que uno pueda imaginar», y Raúl Guerra Garrido sostiene que «no escribe porque ama, sino porque quiere que le amen». Finalmente, Pilar Paz Pasamar coincide con ese planteamiento unánime de que en su obra, «sea del género que fuese, asoman siempre las hojas de acanto de su acento poético». Todo queda dicho si anotamos que en 2016 reconoció Gala ante Jesús Vigorra que «todo lo que he escrito que ha valido la pena ha sido producto del amor».

DOS DIRECCIONES NARRATIVAS

Quizá en el volumen de 1976 Paisaje andaluz con figuras (Granada, Editoriales Andaluzas Unidas, 1984), conjunto de guiones cinematográficos para Radio Televisión Española, surgió la tendencia del autor para escribir sobre personajes históricos. En él hay que ver el germen de lo mejor y más reflexionado de la narrativa posterior de Antonio Gala. En cualquiera de sus dieciséis estampas se ve emerger cuanto en ese momento es y después será característico de la prosa del escritor cordobés: fundamentalmente la presentación de personajes que han forjado la historia y la sociedad de Andalucía, diversificando el desarrollo temporal en individualidades o figuras pertenecientes a muy diferentes campos, tales como el histórico («El Gran Capitán», «Almanzor»), el social («Mariana Pineda»), el cultural («Averroes») o el literario («Antonio Machado»). No podemos detenernos en ellos, pero sí remarcar que tales individuos fueron grandes por sí mismos y que engrandecieron su entorno y su época. Gala, años después, culminaría muchos de aquellos rasgos morales y literarios en la grandiosa novela con que obtuvo en 1990 el Premio Planeta: El manuscrito carmesí. Texto extenso de 611 páginas, debe ser calificado como un notable ejercicio literario de novela histórica, y con él contribuyó a una moda en la que se integran autores muy diversos (Gala entre ellos) buscando «la reconstrucción más o menos lograda de un tiempo ido con sus gentes (reales o inventadas) y costumbres, sin meterse en otras honduras», según comenta J. Mª Martínez Cachero en La novela española entre 1936 y el fin de siglo (1997).

En la estructura de la novela encontramos a un narrador inicial que, con la estrategia de transcribir un antiguo manuscrito que contenía las memorias del rey Boabdil el Chico, cede a este la palabra para que relate, en primera persona y ordenados en cuatro partes, los recuerdos de su vida, evocados a partir de su situación de exiliado en Fez a la edad de sesenta y cuatro años. Y es desde ese presente como Boabdil, que se reconoce desdichado, derrotado y triste, admite haber estado biografiando sus vivencias, que él dice estar finalizando ya en «estos papeles carmesíes que me traen al recuerdo tantas cosas». Y ese recuerdo, amplio y detallado, es cuanto configura la extensión de El manuscrito carmesí, que el rey musulmán dice legar a sus dos hijos.

Es evidente que en la novela el valor histórico resulta fundamental, y que Gala -como ya nos tiene acostumbrados- no ha escatimado ningún esfuerzo ni hurtado un ápice a la investigación para hacerla real y contrastada en la Historia. Evoca sin confusión qué es y qué significa la frontera arábigo-andaluza con la intención de darle noticias a Boabdil de la nobleza de Andalucía que destaca en la parte cristiana. En ese momento de la novela, de innegable entronque histórico, aparece destacada la pujanza de muy diversos lugares de la historia medieval, sobre todo de la cordobesa, que Gala se ha visto obligado a investigar para acomodarse al ineludible principio de la veracidad histórica. La alcurnia de los Fernández de Córdoba, la descripción de la batalla de Lucena, los hechos y los lugares que han forjado la Historia adquieren renovado valor al ser incorporados al texto literario de ficción.

La orientación subjetiva que el protagonista Boabdil aporta al desmenuzar sus vivencias convierte a este en un relato henchido de emoción y empujado por los más entrañables y desoladores sentimientos: el fracaso, la amargura, la zozobra, la añoranza y el reconocimiento de estados de cambio personal, aunque tal orientación convive con otra que da a los párrafos el peso de la reflexión y el análisis de las circunstancias. Esto es algo de lo que el primer narrador nos advierte ya en la introducción, al indicar que «del manuscrito se desprende una no pequeña aptitud para la reflexión y una mejor memoria de la que su autor afirma poseer». Igualmente, por añadidura, se llega a recrear el ambiente sociohistórico en que se inspiraron los romances fronterizos, lo que de alguna manera liga el texto de Gala -que también inserta romances, poemas árabes o ingeniosos acertijos sobreabundantes de lirismo- con la tradición literaria castellano-andalusí y enaltece los valores estéticos de la novela.

El manuscrito carmesí responde a una línea narrativa que contrasta con otra posterior centrada en un tipo de novela sentimental, de entronque siempre popular y dirigida a un público menos exigente, simbolizada por La pasión turca (1994) y la que le siguió inmediatamente: Más allá del jardín (1995), dos novelas enlazadas por su temática amorosa y su recreación de escenas de vibrante intimidad, claramente sensuales y eróticas en el primer argumento. Sin abandonar esta orientación amorosa, que reaparece en un nuevo título de 1996, La regla de tres, Gala la enriquece con variantes argumentales y publica dos amplios conjuntos de relatos que agrupa, por un lado, en el volumen El corazón tardío (1998), y por otro, en el titulado Los invitados al jardín (2002). En estos últimos años, Gala no ha dejado de aportar novedades narrativas, como se comprueba en sus más recientes títulos: Las afueras de Dios (1999), El imposible olvido (2001), El dueño de la herida (2003) o Los papeles de agua (2008), aunque debiera anotarse que una de estas últimas, El pedestal de las estatuas (2007), retorna a la narrativa de fondo histórico al trazar las peripecias, el proceder y la conducta de distintos personajes de la España de los siglos XV y XVI presentados por la voz de Antonio Pérez, el secretario de Felipe II. De una manera o de otra, Gala es uno de los escritores más leídos y reconocidos del último cuarto de siglo (incluso fue el español de mayores ventas en 1998), tanto que Arturo Pérez Reverte ha llegado a escribir (en Antonio Gala. Cordobés universal) que «Antonio es un fenómeno nacional».