‘Antonio Colinas: vida y obra’. Edita: La Manzana Poética. Córdoba, 2019.

El último número de La Manzana Poética está dedicado al estudio de una de las voces más personales e independientes de la poesía actual: Antonio Colinas (La Bañeza, León, 1946). Desentrañar la complejidad de su poética es una tarea abrumadora, pero los artículos que conforman este monográfico, sin llegar a ser estudios en profundidad, proporcionan una visión global; dibujan, tanto para el lector que se aproxima como para el iniciado, su perfil de autor total y señalan las rutas que transitan por el bosque frondoso de su obra.

Ya en el texto que introduce este monográfico se nos recuerda que Colinas es autor de un centenar de publicaciones, más de veinte de poesía -recogidas en Obra poética completa (Siruela, 2011)-, y que ha cultivado además el ensayo, la novela, el aforismo o las traducciones del catalán e italiano. Una trayectoria por la que ha sido reconocido con importantes galardones como el Premio Nacional de Literatura (1982), el Premio de la Crítica de Castilla y León (2014), o el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2016).

También se pone el acento sobre un dato biográfico que el leonés no se cansa de repetir: su deuda con Córdoba, ciudad en la que conoció la obra de Luis de Góngora, en la que entró en contacto con el Grupo Cántico y en la que, en definitiva, se desencadenó su pulsión poética.

En este aspecto se centra el artículo de Pedro M. Domene, en el que rememora la visita que Colinas hizo en los ochenta por los espacios y lugares que marcaron su juventud. Domene recuerda al Colinas llegado a Córdoba a finales de los setenta para estudiar bachillerato agrario. Fruto de este tránsito escribe que para Colinas «sus recuerdos de aquel tiempo se hicieron imborrables y que su camino a la poesía comenzó precisamente en esta ciudad».

A continuación, y bajo el título «La poesía de Antonio Colinas: itinerario hacia la luz», José Luis Puerto firma el que resulta, en mi opinión, el artículo central para desentrañar la poética del de La Bañeza. Puerto, que dice que no se trata de un estudio como tal, sino de un intento de iluminar los poemas seleccionados en esta publicación -diez de entre su obra publicada y dos inéditos-, se propone abordar su poética «trazando círculos concéntricos en torno a ella» -su ubicación en la razón poética de María Zambrano; su búsqueda de lo esencial, que lo apartaba de los novísimos; su persecución de la unidad en clave mística; o la importante tendencia a la simbolización como instrumento de conocimiento y elevación metafísica-. Alejandro López Andrada es el encargado de destacar la importancia de la naturaleza en la obra de Antonio Colinas. Andrade recuerda cómo algunos de los textos más conocidos del leonés: Preludios a la noche total o Sepulcro en Tarquinia, le deslumbraron por su celebración de la Naturaleza, y transformaron su propia concepción de la poesía.

Por su parte, Felipe Muriel Durán, en «La obra poética de Antonio Colinas», nos deja una importante reflexión: la desconfianza de Colinas hacia el concepto «originalidad», pues considera que el poeta es un eslabón de una larguísima tradición, y que solo desprovisto de vanidad se puede profundizar, como él hace, en el misterio de la existencia.

Un artículo del propio Colinas sobre Vicente Aleixandre y la entrevista que le hizo Eloy Rubio Carro con motivo de la concesión del Premio Iberoamericano de Poesía cierran un expediente que hace justicia con un autor fundamental para entender la poesía española de los últimos cincuenta años.