Algunas antologías de poesía, entre las más recientes, huelen a repetidas, a rancio, a peña, a club, y sin ninguna teoría de los caminos recorridos.

Hace ya algunas décadas que las antologías han dejado de ser lo que representaron en su tiempo: nombres de una nueva generación, tendencia, temática, en definitiva con un cierto aire descubridor o clasificador, y siempre con un sentido de aportar nuevas miradas, de plantarse como un hito en el panorama literario del momento, sabiendo de dónde se parte y hacia dónde va hoy la poesía.

Ahora, las recopilaciones campan a sus anchas y por doquier, cada barrio literario tiene la suya, con un sentido más de simple exposición de nombres que de análisis y estudio, lo que conlleva perder el buen talante, la marca, el sello y llamada, sin embargo, a cambio de todo eso llevan bandera.

Menos mal que lectores y literatura son sabios en el instante y mucho más con el transcurso del tiempo. Estas de ahora son vanas y banalidades, se podrían nombrar tres o cuatro últimas, pero este espacio les tiene más respeto que ellas a la misma poesía.

Todo florilegio que se precie debe tener en cuenta varios parámetros y criterios, no sólo valen los amigos, afines y aquello que más nos gusta, y tampoco se prestan a un juego de intereses comunes, deben de esta sustentadas por la realidad en el conocimiento de nombres, textos, ciertos autores que no deben faltar y muchos más que no se deben incluir. En el tiempo que nos toca cada uno hace su antología, su taller de poesía, monta su chiringuito de lecturas, todo el mundo escribe poesía y la publica, es lo suyo, escribir es libre y todo el mundo escribe entre faenas, pero la poesía es otra cosa, el panorama poético otra, y si me apuran el canon también.

No hay orden, pero el orden existe y tiene su lugar. Ayer abrían puertas, y hoy nos hacen sonreír.