A nte la virulencia monocorde de decenas de libros aparecidos últimamente, tanto en prosa como en poesía, y en ensayo, que aportan escasa hondura literaria, consuela encontrar un volumen de relatos en el que destellan valores éticos y sociales, un delicioso retablo narrativo donde el lector halla magia y sencillez. Hemos dicho en alguna ocasión que la bonhomía o la delicadeza al escribir no suelen tener buena prensa en la actualidad. El feísmo gratuito y la maldad que nos rodean contaminan el arte y la creación literaria; está sobrevalorado el malditismo en el plano estético (también en el fondo moral) y, en consecuencia, suelen desdeñarse los libros que centran su argumento en la ternura, en las emociones, o resaltan de algún modo valores humanos y éticos imprescindibles como la compasión o la entrega a los demás.

En la obra del escritor José Antonio Sáez (Albox, 1957), tanto en su poesía como en su narrativa, sobresale, además de su calidad poética, ese fondo humanista, a veces sagrado, espiritual, que tanto agradece el lector aficionado a buscar en el tuétano de una obra literaria no materia oscura e infecunda, sino luz, una sutil y redonda claridad. Esa claridad álgida, rotunda, sobresale en las Puertas del cielo , un volumen de cuentos y estampas memorables publicados en antologías anteriores, como indica en su prólogo espléndido Pedro Domene, resaltando en un punto que estos relatos tan diversos «se pueden traducir como instantáneas íntimas que ocupan una página o dos, una extensión calculada donde abundan las imágenes, las cadenas de asociaciones o las descripciones de ambientes que producen la misma impresión que un verso». Y el prologuista matiza unas líneas después que muchas de estas piezas narrativas «están escritas con una prosa cuidada, musical, fluida y repleta de efectos de luz y color». Coincidimos absolutamente con Pedro Domene en que este es un libro de relatos singulares, de una profunda carga lírica, sustentados por un estilo narrativo donde la prosa bebe, a cada paso, de un manantial poético esencial, como puede apreciarse en este fragmento del relato titulado «El caño de San Felipe»: «... entre casas de velados huertos floridos, con unas mujeres que modelaron su naciente sensibilidad. Altas fachadas de cal donde la luz hería los ojos y se instalaba para siempre en el corazón» (pág. 86). En el cuento citado el autor dibuja con acierto, asistido por una ternura prodigiosa y una sensibilidad nada común, la vida de una ancianita de alma prístina que deja una huella indeleble en el alma de su nieto, un niño asombrado por los olores de una casa, en la que, años atrás, hubo una tienda de ultramarinos y comestibles, cuya magia seguía flotando en los pasillos y las estancias del edificio décadas después. Y ese niño, u otro, cargado de una brutal melancolía, asistido por una inocencia restallante, es el protagonista de otra pieza del volumen, «Tardes de domingo», acertado retrato de miles de niños de una época, el tardofranquismo, internados en cualquier colegio de una patria olorosa a gamuza, queso americano, coles hervidas y bolas de alcanfor. José Antonio Sáez dibuja con desparpajo y enorme intuición el espíritu de esas tardes grises y otoñales que impregnaban de saudade y melancolía el aire de las calles y la atmósfera gris que flotaba en los pasillos de los internados y colegios de una época donde la lluvia cubría el cielo azul y la vida era un lento y plomizo atardecer. Ese halo melancólico e invernal impregna muchos pasajes del volumen, como vemos, sin ir más lejos, en este párrafo del relato «El tiempo perseguido»: «Esta luz apagada de finales de enero es como un réquiem, como una liturgia de difuntos» (pág. 109) o en este otro de «Glorieta de los magnolios»: «Has venido a verme hoy precisamente que la nieve cubre el portal de la casa y resbala el tiempo invernal sobre el cadáver de los erizos atropellados en las carreteras» (pág. 114). En estos relatos, como en muchos otros del volumen («El tiempo perseguido», «Luciérnagas» o «El alma de los pájaros»), asoma la mano intuitiva de un autor, narrador y poeta, dueño de un universo literario absolutamente auténtico, original. Quien se asome a este libro y se adentre en sus pasillos saldrá más sereno, azul y reconfortado. José Antonio Sáez nos dibuja con gran tino los ángulos de un paraíso que perdimos el día en que se alejaron para siempre las tardes frías y azules de la niñez.