‘Verdugos de la media luna’. Autor: Daniel Cotta Lobato. Editorial: Almuzara. Córdoba, 2018.

Muchas novelas históricas se han escrito sobre la Córdoba omeya, su excelencia cultural, el lujo de la corte, la sensualidad de los harenes o la lucha encarnizada entre moros y cristianos. Pero ninguna trata de forma tan directa y descarnada, con un estilo ágil y entretejido de poéticas descripciones, el rigor del extremismo religioso, los odios y opresiones de los poderosos, las humillaciones y la intransigencia de una coexistencia forzada y difícil entre distintas creencias, lejos de aquel mito amable de la pacífica convivencia entre las tres grandes religiones monoteístas. Nacido en Málaga y afincado en Córdoba, Daniel Cotta ha publicado los libros Beethoven explicado para sordos (2016), Alma inmortalmente enferma y Como si nada (2017). En este último año obtiene el premio de Narrativa Infantil y Juvenil Diputación de Córdoba con su novela El duende de los videojuegos. Ahora se introduce por primera vez en la novela histórica con Verdugos de la media luna, editada por Almuzara, un relato vertiginoso y apasionante en que rompe el tópico histórico de la convivencia pacífica y dulce de las tres culturas. Un comienzo fulminante in medias res ofrece el relato desgarrado de aquellos tiempos sin el tamiz amable con que la historia lo ha descrito. La ejecución de Perfecto, mozárabe y mártir, hace arrancar la novela de forma abrupta y desencadena todo el hilo narrativo. Intrigas, descubrimientos, amor, odio, soberbia y ambición pondrán en jaque a un buen número de personajes que dibujarán un relato vivo de la difícil convivencia de aquella Córdoba del siglo IX. Desfilarán por ella seres humanos arrastrados por el odio y la intransigencia de otros, víctimas de un extremismo que se cebará en ellos; hermanos y amantes frustrados en sus sentimientos por pertenecer a religiones distintas; hombres y mujeres que tendrán que elegir entre el amor o la ambición, entre la felicidad o la soberbia, la lealtad o la desgracia. Y los personajes se verán zarandeados por este torbellino de pasiones y creencias. A pesar de que pueda resultar paradójico, son personajes fuertes en su fragilidad y bien definidos, especialmente los femeninos: Afra, mujer de gran personalidad, rebelde y poeta; Flora, valiente, serena y tenaz. La narración en tercera persona transcurre con fluidez a lo largo de toda la novela, en un estilo bien cuidado, atractivo, donde incluso aparece repentina y fugazmente la segunda persona como recurso hábil que imprime aún más vivacidad. El autor logra recrear con gran eficacia las claves del conflicto histórico de un siglo complejo y opresivo. Los diálogos fulminantes y las descripciones coloridas, poéticas, dan fuerza al desarrollo de un relato pleno de intrigas políticas, espionaje, traiciones, conversiones, persecuciones religiosas y crímenes de Estado. «Y entre la neblina color sangre, visir y recaudador, musulmán y cristiano, sellaron con un tintineo de plata el crimen que salvaría el reino» (pág. 179).

El ser humano, acorralado por un ambiente que el extremismo religioso y la ambición política hacen irrespirable, busca su dignidad en las personas, más allá del fanatismo religioso. «Es verdadera lealtad, la que se profesa a las personas, no a los credos» (pág. 216). Pero los personajes, como en una tragedia griega, no lograrán zafarse del destino que los doblega. La ambición de poder se impondrá altiva y manejará con vileza los sentimientos religiosos del pueblo llano, para enfrentar a hermanos, amigos o amantes y abocarlos a la desgracia. La intransigencia del emir, la hipócrita altivez del poder y los llamados mártires suicidas como Eulogio, el aguijón de Dios, arrastrarán con su impetuosa corriente las vidas sencillas de quienes quisieron conducirse por el amor y se vieron abocados a la crueldad. Diálogos vertiginosos, vibrantes descripciones poéticas, conversiones cruzadas, los martirios, para unos puros, para otros suicidas, logran plasmar una época convulsa en que se desdibuja el papel de víctima y verdugo, porque la manipulación que hace el poder de las creencias religiosas arruina con su ciego egoísmo y ambición de dominio las vidas de hombres y mujeres que solo buscan el amor y la concordia.