‘La primavera de nuestro desencanto’. Autor: Pedro García Cueto. Editorial: Atlantis.Madrid, 2018.

Pedro García Cueto es ensayista, crítico literario y poeta, y desde ahora también novelista con un texto laudable y de intensidad argumental indiscutible, titulado La primavera de nuestro desencanto. Sus dos primeras líneas ya lo contextualizan históricamente en 1936 («desde que el Frente Popular había ganado las elecciones») y en los días en que la Segunda República empezaba a languidecer y un profesor de Literatura del madrileño Instituto San Isidro, Julio, acapara nuestra atención hablándonos de su interés por la joven profesora Laura.

La gravedad de las circunstancias políticas ocupa los párrafos finales de la primera parte y se expande con detalle por la segunda, precisamente presentada como «En la guerra» (pues ya la tercera invocará el tiempo como «Después de la guerra»). Julio marcha al frente y al trabar nuevas amistades permite que se delineen ciertos personajes (Rubén Rodríguez, Joaquín, Gabriel, Chema Galárraga...) que significarán mucho para él en ese «absurdo mundo de la guerra», haciendo perceptibles acontecimientos cruciales ante los que el lector sentirá primero nerviosismo y ansiedad, y luego entusiasmo y alegría cuando la historia se centra en el cosmopolita París. Todo esto se produce cuando el círculo argumental empieza a cerrarse para descubrir que la novela es un texto dentro de otro texto... Luego el fin de la Guerra Civil marcará una nueva etapa de experiencias en la vida de Julio, quien a pesar de hallarse en aquella España que era «un lugar lleno de amenazas y represión», también pronto tendrá la oportunidad de dar un giro a su existencia confiando en renovar «el brío de nuestras emociones y de nuestras esperanzas interrumpidas tiempo atrás»; y todo ello comprensible «porque la libertad era nuestra única bandera».

Las citas anteriores confirman la idea de que el protagonista relata sus vivencias cuando ya «han pasado veinte años de aquel día de invierno de 1940», mostrando que él es un ser afianzado a la libertad y a la justicia, culto y avispado y decidido a defender tales ideales entonces tan enfrentados y amenazados en la sociedad de aquel tiempo, confesando al fin su «necesidad de escribir sobre el dolor para que no volviese a repetirse». Por eso Julio y otros personajes de la novela son los que la convierten en un claro alegato antibelicista, con multitud de pasajes que informan tal planteamiento: «Reafirmé la idea de que no sería carne de cañón y que no lucharía en aquella guerra, ni en ninguna otra». Así Julio, persona sensible, de formación humanística y apegado al arte y a la literatura, representa el mundo de los intelectuales y escritores libres de la época, y a la postre un claro exponente de lo que significa la pasión por leer y escribir. Tras la excelente contextualización histórica, literaria y artística, la novela se apoya en un innegable sentido ético como vía de escape para un mundo de agobios y sinsabores que explican que en ella surja también una constatable reivindicación memorialista: «Mucha gente había sido barrida, ignorada, silenciada por tanta estupidez humana». Digamos que esta es una novela interesante, fluida y de lectura ágil, forjada con historias, ambientes y personajes de sólida arquitectura. Sus páginas recogen la amenaza de un mundo de sangre y rencor que, sin embargo, no puede ocultar los beneficios de La primavera de nuestro desencanto.