Los ochenta y seis años que ya cumplió Rafael Guillén, Premio Nacional de Literatura y Premio de las Letras Andaluzas Elio Antonio de Nebrija, no le impiden seguir creando con el mismo entusiasmo de un joven escritor que se echara al ruedo literario con la fortaleza y el ímpetu que ofrece el tener toda la vida por delante. Llama muchísimo la atención el tono jubiloso y vital de este libro y también su confidencialidad, su cercanía, al tiempo que su valor declarativo y pasional en torno a los efluvios de la pasión amorosa y la exaltación de la amada en un tono que nos lleva a la gran tradición de la poesía amorosa inaugurada hace siglos y rescatada en los últimos por Bécquer, Altolaguirre, Salinas, Cernuda o Aleixandre, por citar unos cuantos ejemplos: «En el rincón más luminoso/del movimiento, a veces,/se entrevén unos pechos saltarines/compitiendo con el desperezarse/de la mañana».

El número treinta y tres, con su valor mágico, congrega los poemas dedicados a Nina, su mujer, con una cita de su obra anterior que dice: «Así de corta es la eternidad». El amor eterno es un concepto que llegaba desde «Amor constante más allá de la muerte» de Quevedo con toda su simbología. Pero Rafael Guillén ha querido hacer una amor confesional, íntimo, cercano, quizá dicho bajo la luz tenue de un concierto romántico y con una pasión que desborda la palabra hasta convertirla en un aluvión de símiles y metáforas que buscan ese encuentro cierto, diario, solemne con la amada: «Hoy quisiera poner en los amaneceres/de tu lengua, en los fluidos corporales/de tu garganta, algo/como el gemido de la tierra, como el alarido mineral que se adelanta/al volcán, como los estertores/del último derrumbe del sol último». Unos versos que concitan no ya las huellas de ese paso por el amor y el tiempo, tan unidos en el vértigo de lo huidizo, sino también la somnolencia del presente, el recurso a la memoria, a mirar en el desván esa construcción de antaño y tratar de ir yendo de una a otra época con la alegría vital de ese amor que se mantiene en la eternidad de lo cotidiano, día a día, con la pasión y el aturdimiento de una letanía, un turbión, un torbellino. Aunque, a veces, haya que guardarse de recordar alguna dicha, como dice en «El desván» y «quizá sea prudente/no trastear en los recuerdos». La prevención de lo vivido y del paso del tiempo. Y, a pesar de que, también la melancolía, la tristeza, la soledad puedan ser sentimientos que en un momento surgen para crear una antítesis mucho más vital.

El apóstrofe es la estructura que determina el decurso del poemario y ese tú ausente en realidad es una constante en su definición en torno a la belleza que concita la emulsión de los sentidos: tacto, vista, olfato... que le permiten definir a la amada desde diversas perspectivas y siempre con un lenguaje simbólico-metafórico y con la hipérbole como recurso habitual: «En ti gravita la belleza toda/del universo».

Pero el poeta también recurre al juego temporal para advertir de ese paso del tiempo y la influencia en ese amor. Por eso dirá: «No era aún la tristeza. La tristeza/no había llegado todavía». Una tristeza que invadía el «vértigo del pasado» de cuya realidad era imposible huir y de pronto ella, allí en el concierto de la música y el saxo, aparecía sublime en su desnudez para cercenar esa «tristeza húmeda». La memoria le permite al poeta ahondar en ese encuentro, en los recuerdos y en el juego a muerte y el tacto como algo sublime que despierta ese encuentro con la «moribundia»: «Porque yo quisiera/tocarte a ti. A ti, que te me escondes/detrás de tu belleza, que me citas,/que me deslumbras con tu piel para que yerre/una vez y otra vez en el intento.//Este juego es a muerte./Porque es a muerte todo/lo que sucede entre dos cuerpos».

La poesía de Guillén surge contemplativa, reflexiva, pero profunda en ese descubrimiento de un ser del que recorre su geografía física y vital con pasión y con la que transita la vida («mota/de polvo que es objeto/de mi deseo»), sus tormentas y oscuridades, siempre a la búsqueda de ese encuentro que tiene en la mirada el éxtasis, aunque asome de tarde en tarde el poso del dolor, pero al final la amada resuelve las desavenencias del tiempo como una sanadora: «...Tú estás/desbaratando el universo con tu sola/presencia». La amada con el símil del celaje que enriquece la alborada en un ámbito que no se acaba de encontrar mientras el poeta anda perdido y amenazado en esa búsqueda de sí mismo.

Una poesía que busca la profundidad de la vida para imponerse a la incertidumbre de la cotidianidad y esperar en el cuerpo de la amada ese tiempo vivido pero también por vivir, porque siempre se estará creando para la vida en ese juego que nos llega desde Salinas entre los pronombres yo/tú: tu mano, tu voz... «Pienso en el día en que la oiré/ya en el umbral de lo que nunca/será, o en el umbral de lo que acaso sea/la solución a esta locura/de ser sólo por ser, a esta locura/de que tú seas conmigo (...) Como empapada en un silencio/definitivo, como/venida, fuera ya del tiempo,/desde una dimensión que, todavía,/no habré alcanzado a comprender».

‘Últimos poemas’. Autor: Rafael Guillén. Editorial: Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2019.