En los inicios de su vida literaria tuvo Antonio Gala el gesto extravagante de coquetería de quitarse seis años de edad. Esta poda biográfica fue asumida incondicionalmente por editoriales, biógrafos y críticos literarios, por lo que el error está mil veces impreso. Pero es indiscutible que Antonio Gala no nació en Córdoba en 1936, sino en Brazatortas el 2 de octubre de 1930. Es exactamente veintiún días menor que yo. Recuerdo haber visto, hace años, una placa en Brazatortas que decía más o menos así: «En esta casa nació el ilustre escritor cordobés Antonio Gala». Pero la verdad es que Antonio vivió su infancia y su primera juventud en Córdoba, donde su padre ejercía de médico.

Mi primera coincidencia con él sucedió en la enseñanza primaria y primer curso de bachillerato, en el colegio de Cultura Española del que yo me fui al Cervantes, de los hermanos maristas, donde me amparó uno de mis primeros y decisivos maestros en literatura. No sé si Antonio lo tuvo en los «baberolos», pero desde luego fue precoz en las lecturas y en esto de escribir. Muy pronto se familiarizó con la literatura francesa, que practicaba asiduamente, lo que era de admirar en un país como el nuestro, por aquel entonces ignaro en idiomas extranjeros.

Esto explica su eclosión cultural: la conferencia que muy joven pronunció en el salón de actos del Instituto de las Tendillas, entonces probablemente único en la ciudad. Fue una conferencia, muy buena y muy teatralizada sobre el existencialismo francés. Mi siguiente coincidencia con Antonio, ya entonces decididamente amigo mío, fue en la Facultad de Derecho de Sevilla, en la que teníamos como compañeros, en el mismo curso o en un curso arriba o abajo, a incipientes escritores como Antonio Murciano, Manuel Mantero, Aquilino Duque, Carlos Muñiz... y otros. Recuerdo la reunión que tuvimos con Vicente Aleixandre, que recibió sin inmutarse, y dándonos ánimos, nuestros escarceos literarios. Terminado el tercer curso yo marché a Madrid, a concluir la licenciatura y a hacer la vida literaria, que efectivamente hice.

Colaborador de la revista Rumbos desde sus inicios y el mío, conseguí de su director Manuel Pareja Flamán que me diera plenos poderes y algún presupuesto para lanzar una revista de poesía, de las que había en aquel entonces muchas y muy buenas en España. Y así surgió Arquero de poesía. Y yo tuve una de las mejores ocurrencias de mi vida. Llamar a Antonio Gala, Gloria Fuertes y Julio Mariscal Montes para que colaboraran conmigo en la dirección. Mis contactos eran postales con Antonio -entontes residente en Córdoba- y con Julio, en Arcos y El Bosque -al que curiosamente nunca llegué a tratar personalmente- y personales con Gloria. Nos tomamos muchos cafés leyendo y seleccionando.

En el número de enero de 1999 de la revista El Arca del Ateneo publiqué, con reproducciones fotográficas, mi correspondencia de Arquero. Antonio publicó en el primer número de esta revista una traducción de Jacques Prevert y un poema largo titulado «Recuerdo». En el segundo, una traducción del cuento de Francis James «La muerte del amor». En el tercero, un poema largo titulado «Resurrección de los muertos» y en el cuarto, una nota crítica sobre un libro de Leopoldo de Luis.

Antes de Arquero tuve otras interesantes coincidencias literarias con Gala. Ambos publicamos en Alcaraván, revista literaria que hacían en Arcos de la Frontera los hermanos Antonio y Carlos Murciano ¡mecanografiándola! Todavía no habían aparecido las fotocopiadoras. Y era tanto el fervor y el trabajo de estos hermanos poetas que la revista era conocida y apreciada en todo el mundillo literario español. En la Fundación Gala han estado expuestos algunos números de esta peculiar revista; no sé si continúan estando.

Otra curiosa coincidencia con Gala antes de Arquero fue en la revista Campamento, que se hacía en el de Montejaque de las milicias universitarias, bajo el amparo del comandante ayudante Vigueras, que tenía cultura y aficiones literarias. Con el trabajo de redacción nos aliviábamos del caqui Antonio y yo y Enrique Garrido -muy amigo de Antonio-, Sebastián Cuevas y en las ilustraciones, el recién fallecido Carlos Gil García, compañero mío en la facultad -los dos únicos que afrontamos un examen convocado como de severidad, por problemas de asistencia a clase- en la Diputación -los dos entramos en la misma oposición- y en la playa para octogenarios.

Con el tiempo las coordenadas geográficas cambiaron. Yo vine a Córdoba para asentarme como abogado y Antonio, después de algunos avatares, de los que contaré alguno, se estabilizó en Madrid como escritor, que empezó triunfando en el teatro. Una idea muy gráfica de lo mucho que ha publicado se tiene visitando la feria del libro antiguo y de ocasión que está celebrándose cuando escribo.

LO QUE SUCEDIÓ

Seguramente habría escrito y publicado menos de no haberse producido el siguiente suceso, del que Antonio da una versión personal, interesada e inexacta. Dice Antonio que cuando ya llevaba aprobados varios ejercicios de la oposición a abogado del Estado -puesto de dificil acceso y muy rentable- y quedaba demostrado para su padre que podía sacarla ya no le interesaba seguir. Lo cierto es que cuando llevaba andada la parte decisiva de la oposición con buenas puntuaciones, el presidente del tribunal le recomendó que se retirara, por la historieta de la carta de amor al soldado de la cantina. Hoy, cuando un ministro habla en público sin tapujos de su marido, esa historieta no sería un obstáculo. No he leído meditaciones sobre esta suposición: qué habría sido del Gala escritor de haber obtenido plaza de abogado del Estado. Aunque ha habido abogados del Estado escritores -en Córdoba tuvimos a José María Montoto-, de haberlo sido Antonio, sin duda su producción literaria habría sido distinta y menor. Razones de tiempo y de circunstancias.

En 2008 tuve la oportunidad de apoyar la candidatura de Antonio Gala a académico de honor de nuestra Real Academia, que hasta entonces no había tenido ninguna deferencia con él.

Efectivamente fue nombrado y, en su discurso de ingreso, las localidades fueron insuficientes. Muchos cordobeses, y entre ellos algunos de los que en su día le dieron la espalda ostensiblemente, se creían con derecho preferente a asistir al acto.

Yo tuve algún momento de preocupación, porque la megafonía fallaba de vez en cuando y Antonio iba poniéndose nervioso e irritado y cabía temer lo peor.

En la cena celebrada en su honor estuve a su lado y bastante impertinente con algunos del equipo Planeta que lo acompañaban: no pude reprimir mi mala opinión sobre el personaje Boris Izaguirre, el venezolano que obtuvo un accésit de aquel premio.

Aunque es muy probable que ya no vuelva Gala a la Academia, porque al parecer ahora de verdad está delicado, de alguna manera sí estará presente con los estudios que con toda probabilidad se seguirán haciendo sobre él. La académica Ana Padilla Mangas es una buena especialista en este escritor. Este escritor. Este amigo.