Si El Bosco pintó una obra que aún hoy deja perplejo al espectador por su desconcertante simbología, la novela de Alejandro Hermosilla es la plasmación en palabras de un proyecto artístico similar: la descripción del pecado en el Bosco se torna aquí en El jardinero en una violenta alegoría sobre la naturaleza del mal. Varias veces cita el autor el cuadro de «Hieronymus Bosch (El Bosco) en su tríptico El jardín de las delicias. Una obra de arte elaborada por el pintor holandés con los ojos cerrados, pues tenía miedo de ser atrapado por aquello que retrataba: la lujuria y el vicio que asola el mundo desde que existen los jardines y los jardineros que se encargan de cuidarlos» (pág. 88).

Si El Bosco pudo pintar con los ojos cerrados, el autor de El jardinero escribe con los ojos abiertos de par en par, absortos en la contemplación del mal, con un lenguaje procaz, salaz y agresivo que muestra con brutalidad la lascivia irrefrenable, el sexo escatológico o la pasión edípica e incestuosa. Este estilo descarnado y, a la vez, bellamente literario, puede parecer a primera vista puro regodeo en la violencia, el odio, el vicio o la degradación pero va mucho más allá de esa primera impresión de caos y obsesión por la maldad. El Jardinero abre ante nuestros ojos un mundo onírico irreal que se confunde con la realidad más absurda y cotidiana de la violencia, la traición y el rencor. Asistimos a la descripción descarnada del mal, no de forma complaciente y gozosa en la propia maldad, sino con la visión desconsolada y terrible de la soledad de Kafka, del absurdo, del odio, de la falta de amor y sus consecuencias, todo ello expresado con tintes existencialistas donde el propio autor confiesa la influencia, en el tono y las palabras, de Bernhard, Blanchot, London, Kafka, Poe o Rilke. El Jardinero es la tercera novela de Alejandro Hermosilla (Cartagena, 1974) obsesiva y experimental como las dos primeras, Martillo (2014) y Bruja (2016).

‘El jardinero’. Autor: Alejandro Hermosilla. Editorial: Jekyll & Jill. Zaragoza, 2018.