Desde la cita inicial de Raimon Carver, «Time is a mountain lion». Un verso que pertenece al poema «Una mujer se baña» del libro Un sendero nuevo a la cascada (1989). En ese poema sensual describe una situación en la que la amada está mojada y el yo poético la seca y dice finalmente: «El tiempo es un león de montaña./Nos reímos de nada,/y cuando te toco los pechos/incluso las ardillas/quedan deslumbradas». Este es el ámbito contextual donde Trinidad Gan sitúa esta obra en la que se produce una síntesis entre la cotidianidad y la alegoría que imanta todo su recorrido vital en el que el viaje hacia la memoria está tan presente como cercenando y abriendo muchas de sus rutas. Lo dice desde el comienzo: «Sé que tiene sus riesgos iniciar este viaje».

Como cualquier viaje hacia sí mismo, hacia ese espejo en el que nos reflejamos y nos refleja, los viajes están cargados por el diablo, pero sobre todo por el tiempo, por la memoria/desmemoria, esa especie de aliada/traidora que confabula contra nosotros o puede resultar una conductora temeraria de nuestros principios vitales. Hay una cronología del instante que se aclimata en el poema y lo hace suyo, una forma de mirada que se precipita como un torrente en esa especie de recorrido interior/exterior y sincroniza con la imperfección de los momentos vividos, con los miedos simbólicos y los reales, con el momento eterno de la soledad. Sabe que ese león de su alegoría es difícil de ser vencido. Es un fiero león que puede acabar en nostalgia, en deseo redivivo o en respiraciones pusilánimes. Es como una especie de testigo de cargo que se apodera del poema y convierte en verdad la «oscuridad fugaz de lo vivido».

En determinados momentos es «el otro», quien ocupa su poema, como en «Un niño en Gaza», pero también los juegos metaliterarios en los que la lectura es una especie de camino por el que nos adentramos en nosotros mismos, en esa especie de memoria turbia que nos advierte de tantas y tantas sensaciones ante la existencia, el día a día y los efectos del vivir sobre nosotros con poderosas imágenes heredadas de una simbología precisa donde esa «solitaria mujer», «regresa a su casa sin el jornal debido».

Un discurso metaliterario del que es muy consciente, como en «Abrir el agua», cuando dice: «La blancura de un folio/sobre la mesa oscura./he abierto los ojos.//Los ruidos en cascada/del día que despliego:/naufraga mi consciencia.//La pluma que se inclina/sobre el papel vacío:/ llueven certezas falsas». Una incertidumbre que se adueña de todo en ese recorrido temporal presidido por el león que arranca con la mañana. Y esa necesidad de expresar con palabras donde estas sean el receptáculo para cazar el tiempo.

La memoria aparece poderosa, se adueña del poema, lo hace suyo y la poeta se muestra resolutiva en su camino: «Yo busco todavía una estrategia/de signos, de palabras luminosas/ que sirvan para algo distinto a señalar el mundo».

Es su propósito, identificar ese paso del tiempo con el «león de montaña», abrir al mundo el camino ajado, las miradas conseguidas, las fogatas del amor sabiendo que ese león siempre acabará siendo nuestro escaparate de pérdidas, nuestro silencio. En tanto esto sucede siempre hay una mujer bajo la lluvia, una mujer que huye o se adentra en los caminos de un mundo al acecho, acaso soñando, acaso sospechando de todo lo peor, con la presencia del laberinto en el que vivimos como respuesta en un tiempo que lucha por erigirse en ese alusivo y alegórico león de montaña.

En ese recorrido, la escritora surca paisajes, surca sueños, pero siempre buscando el simbólico fuego aunque sepa que el tiempo acuchillará su nombre, que la escritura de sus versos acabará convirtiéndose en esa «escritura de lo que sea el mundo». De ahí que en el poema «Caza nocturna» diga: «En el suelo mojado de la página/piso los bordes alargados/de una luz derramada que persigo». La escritora sabe perfectamente cuál ha sido su mundo, pero el tiempo está ahí con sus garras, con su paso atrás, con su vacío y sus golpes oscuros, con sus zarpazos, «en la orilla nueva de un poema».

Trinidad Gan se aclimata al lenguaje, hace que los símbolos surjan poderosos pero es consciente, como Prados, de que hay una soledad que se desborda, un corazón que nace para ser agitado por el viento, preso de la palabra y sus rigores, dúctil como el alambre, ceniza al fin y al cabo, paisajes, luces y sombras de un recorrido vital en el que siempre estará presente la simbólica imagen de la lucha con la palabra y el tiempo, con ese león de montaña: «Pero al fin me dio caza./Me arrastró sin piedad a su guarida./Cubrió mi cuerpo con esa hojarasca/que llamamos memoria».

‘El tiempo es un león de montaña’. Autora: Trinidad Gan. Editorial: Visor. Madrid, 2018.