‘Último rollo’. Autor: Rafaguilar. Edita: Gráficas MC. Montilla, 2019.

Rafael Aguilar, conocido artísticamente como Rafaguilar, corresponsal gráfico de Diario CÓRDOBA en Montilla en la década de los noventa y artista plástico en el más amplio sentido del término, acaba de publicar el libro Último rollo. Reflexiones fotográficas rev(b)eladas, editado por Gráficas MC de Montilla. Un libro, escrito hace ya algunos años, aunque repensado siempre, en el que le ajusta las cuentas a la fotografía tras una larga etapa de entrega incondicional.

En el año 2000, coincidiendo con el fin de la fotografía analógica, Rafaguilar decidió «prescindir de las cámaras». Atrás quedaban más de 35 años de ejercicio fotográfico en los que había tirado con entusiasmo miles de rollos desde que se comprara su primera máquina durante el servicio militar en Ceuta, una Halina EE II. Primero, como simple disfrute personal; luego, como corresponsal gráfico del Diario CÓRDOBA. «El ser humano evoluciona hasta llegar a no hacer fotos», escribió entonces, «…estoy viejo y cansado, acepto la derrota». Él, que ha expuesto en La Habana, Japón y la ciudad francesa de Arles, que aseguró que la cámara lo «enseñó a mirar» y buscó «el alma» con sus retratos, dice ahora que «en vez de hacerte una foto, prefiero mirarte a los ojos y abrazarte».

¿Cansancio? ¿Cambio de ciclo artístico? ¿Nueva filosofía vital? Qué más da. El hecho es que la fotografía ha sido muy importante para él y prueba de ello es que, nada más abandonar las cámaras, cogió su «lápiz chico y la pequeña libreta» y se puso a cavilar sobre ella, escribiendo este libro enjundioso y lúcido, Último rollo. Reflexiones fotográficas rev(b)eladas, en el que positiva su amor a la fotografía, de la que dice que «le cambió la vida».

Y es que Rafa Aguilar, que confiesa que le encantaba revelar en blanco y negro, vivió la fotografía con intensidad desde que se compró aquella cámara Halina con la que se volvía loco haciendo fotos. Con ella, según dice, intentó buscar «la belleza», «la perfección» y «la esencia humana», quiso revelar «los sueños prohibidos» y le hubiera gustado captar «el sonido del agua». No es extraño que un artista como él acabe abrumado ante tales objetivos, imposibles de lograr. Sin embargo, y pese a las limitaciones de la fotografía, a la que le reprocha su silencio -«La cámara capta la esencia humana: emociones alegres, angustiosas… pero mudas»- o su incapacidad para descifrar la vida -«Fotografié un ser que iba de civilizado. No lo era, firmaba guerras»-, generalmente la recuerda con nostalgia, añorando los buenos momentos que le proporcionó. «¿Sobreviviré sin fotos?», se pregunta casi al final del libro. Y en otra reflexión posterior se responde: «Hay un cierto placer en la fotografía que pocos fotógrafos conocen: dejar de hacer fotos».

La nostalgia no tiene por qué ser un sentimiento negativo. Uno puede recordar con complacencia y, aun así, renunciar al pasado.

Eso es lo que ha hecho Rafaguilar, renunciar a la fotografía -»Mi último objetivo: no tener objetivo»-, pero sin abjurar de ella. Es decir: durante un tiempo me dediqué a la fotografía y fui feliz, ahora me consagraré al arte en su más amplio sentido.

Y eso es lo que hace: esculpir, pintar o escribir en su refugio de El Toro, ese lugar fabuloso de la sierra de Montilla en el que se libera de los fantasmas y crea su universo artístico de gatos, palomas y Silenos.

La decisión está tomada. Aunque, como apunta, necesite «años para desaprender». Y es tajante. Lo asegura en su última reflexión: «Se acabó el rollo».

Pues eso: que se acabó el rollo. Pero sigue la fotografía. Cada vez más popular, cada vez más accesible. Y este libro -entretenido, certero y sorprendente- le puede ayudar a entenderla y amarla. A pesar de todo.