Si hace 30 años le hubiera contado a cualquier fotógrafo que el invento de algo llamado CCD, desarrollado a partir de 1969 por los norteamericanos Willard Boyle y George Smith, iba a poner patas arribas el mundo de la fotografía, nadie me hubiera creído. Bien es cierto que la fotografía, desde su mismo nacimiento, se ha caracterizado por ser un medio tecnológico que no ha cesado de evolucionar.

Estas tres décadas han sido años de lucha para los fotógrafos en nuestro país. Una batalla que ha conseguido dignificar a la fotografía como una disciplina artística más. Muy especialmente desde que en el año 1991 el Museo Nacional de Arte Contemporáneo Reina Sofía organizara la gran exposición Cuatro direcciones, en la que la fotografía española del momento entraba por primera vez en el gran museo madrileño. Un apoyo institucional que en 2014 renovó el Ministerio de Educación y Cultura con el proyecto Diccionario de fotografos españoles del siglo XIX al XXI, en el que se recogían las figuras más destacadas de la fotografía nacional y en el que, con dolorosos olvidos, sólo aparecieron cuatro autores cordobeses (Gervasio Sánchez, Uly Martín, Rafael Trobat y Antonio Calvache).

En estos 30 años hemos podido comprobar como en el mundo del arte y entre los creadores plásticos ya no imponen su ley la pintura o la escultura. La tendencia es la fotografía, que ha sido tomada como principal herramienta creativa por un nuevo perfil de artista visual, por lo general, con una académica formación universitaria. No hay nada más que asomarse al mundo de las galerías o de las subastas para certificarlo y ver como todos los años crece la oferta fotográfica en las ferias de arte, o una fotografía bate un nuevo récord en las principales casas de pujas. Eso sí, el mercado del arte ha apostado muy fuerte por una fotografía muy definida, en la que domina el dogma del concepto o una estética plástica aséptica y fría. Una imagen en gran medida heredera de la escuela alemana de la Nueva objetividad del gran Otto Stteiner, donde el proceso creativo se valora más que el tema o la valía de la técnica y plástica de la propia fotografía. Claros ejemplos de esta línea creativa son el alemán Axel Hütte o los españoles Rosa y Bleda. En nuestra tierra, entre los creadores visuales más activos de estos años se encuentran Alfonso Alonso, Tete Álvarez, Alberto García Roldán o Manuel Muñoz, entre otros.

Pero hay más vida en el planeta fotografía que el bendecido por el mercado. En Andalucía, en estos años, nació el Centro Andaluz de la Fotografía, ubicado en Almería, desde donde, quizás por la distancia o la escasez de recursos, apenas ha podido difundir al mundo a los grandes autores andaluces de los últimos 50 años. Algo achacable a sus dos directores y no sólo por falta de presupuesto, sino porque no estaba en su agenda. Ahora que la plaza anda vacante, al menos quizás podamos ver en Córdoba alguna de sus exposiciones de autores chinos, israelíes, castellanos o gallegos. Mientras, Córdoba ha disfrutado de una intensa vida fotográfica. En gran parte deudora del intenso y voluntarioso trabajo de un Afoco capitaneada por José Gálvez o Alicia Reguera que, junto con el Ayuntamiento de la ciudad, fundaron la primera sala estable de fotografía española en la añorada Posada del Potro, la colección de libros de fotografía Albors y el festival de fotografía más veterano de España: la Bienal Internacional de Fotografía. Muchos han sido los fotógrafos que han salido de la escuela de Afoco, pero quizás los más destacados por su proyección fuera de Córdoba y la consistencia de su obra hayan sido el querido Juan Vacas, que con su obra surrealista llegó a estar en la quiniela del Premios Nacionales de Fotografía del Ministerio de Cultura, y José Carlos Nievas, que removió con sus retratos neoexpresionistas esta clásica disciplina.

Pero la fotografía en estos 30 años en Córdoba ha sido algo más que Afoco. Es el caso de Manuel Angel Jiménez y Francisco González, quienes enseñaron a esta ciudad que se podían hacer libros de fotografía de autor llevando sólo imágenes. También han sido muy activos los distintos grupos fotográficos que bajo el paraguas del Círculo Cultural Juan XXIII han promovido una fotografía menos institucionalizada con grupos como Ácido Acético o más recientemente el dinámico ISO 23, que está apoyando a interesantísimos autores como Andrés Cobacho o José Juan Luque. A ellos hay que sumar el nuevo asociacionismo fotográfico que con agrupaciones especializadas, como Fonacor y su fotografía de naturaleza, Fococor y la de Semana Santa o el colectivo Envilo con la fotografía callejera, han dinamizado el amateurismo cordobés.

La fotografía cordobesa también logró en estas décadas hacerse un hueco en instituciones tan tradicionales como la Real Academia, que tuvo entre sus miembros a Juan Vacas y en la actualidad a Francisco Sánchez Moreno. No obstante, los claroscuros han marcado estos años en los que han alternado noticias como los tres premios nacionales recibidos por Afoco del mundo del asociacionismo fotográfico, con otras más lamentables como el cierre de la Posada del Potro para la fotografía o la pérdida del Centro de la Imagen. Un proyecto diseñado para albergar la fotografía, el vídeo y el cómic que se iba a ubicar en la antigua estación de ferrocarril y que nuestro Ayuntamiento abandonó en 1996, a pesar de contar con una importante ayuda de la Unión Europea para su construcción, y al que se sumó en el mismo mandato otro duro golpe con la pérdida del espacio expositivo dedicado a la fotografía en la Posada del Potro.

Entre las luces, nuevos espacios expositivos, entre los que sin duda destaca la sala Vimcorsa. Sus programadores, José María Baez y en la actualidad Oscar Fernández, han conseguido un nivel artístico de enorme calidad y en el que no han faltado las muestras fotográficas de grandes autores nacionales e internacionales e incluso ha hecho hueco para algunos de los incontestables autores cordobeses. Una sala que, junto a las principales de la ciudad, albergaron en él 2014 el gran proyecto 60 Años de Arte Contemporáneo, en la que su comisario, Ángel Luis Pérez Villén, valoró de igual a igual a la fotografía cordobesa con las demás disciplinas artísticas. Asímismo, la gran asignatura pendiente de la nueva sede de la fundación Botí por fin se aprobó con su apertura en 2015. También hay que resaltar la tarea del Archivo Municipal de Córdoba en pos de recuperar la memoria fotográfica local con la puesta en valor de la impresionante colección de fotografía antigua del Ayuntamiento con varias exposiciones, libros y colgando en la red para su consulta todos sus fondos. Una labor pionera capitaneada por el equipo de la archivera Ana Verdú y que ha tenido una importante réplica en el ámbito privado, con la creación del Archivo histórico fotográfico Cajasur. Un fondo que con el trabajo de la también archivera Eva Delgado puso en valor los legados más completos de la provincia con los archivos de José Muñoz, Rafael Garzón y Ricardo.

El futuro siempre es incierto y nadie puede saber qué le va a deparar, pero la efervescencia de la vida fotográfica cordobesa ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos digitales y es esperanzadora aún en estos tiempos de crisis económica. Propuestas tan dispares como la revista digital News, pionera en el formato de pdf y con más de 300.000 puntos de difusión en todo el mundo, que glosa desde hace más de seis años la actividad fotográfica cordobesa y andaluza, o el asentado y reconocido premio internacional Pilar Citoler son unos excelentes cimientos para esperar lo mejor de la fotografía cordobesa en los próximos 30 años.