La estación de Pau, en el suroeste de Francia, ofrecía un aspecto tan parecido a lo que aquellos hombres recordaban de España, que cuando llegaron no querían bajar. Corría el mes de julio de 1945. Solo unos meses antes, el 11 de abril de aquel año, había sido liberado el campo de Buchenwald, uno de los más grandes campos de concentración nazis en territorio alemán, donde Virgilio Peña pasó casi dos años. Su delito, colaborar con la resistencia francesa y sus antecedentes de rojo español. Y ahora que Francia había sido liberada no estaba dispuesto a volver una España que abandonó, como miles de republicanos, tras perder la guerra.

“Así que cuando llegamos a la estación de Pau, con sus palmeras y geranios, creíamos que nos habían devuelto a España y nos negamos a dejar el tren”, recuerda Virgilio. Alguien les explicó que no, que tanto él como los otros once españoles de aquel convoy iban a una casa de reposo donde se repondrían del deplorable estado de salud que presentaban. “Al salir del campo pesaba 40 kilos, como un saco de cemento”, recuerda.

Escuchando la historia de Virgilio Peña, parece increíble que este cordobés de Espejo, no solo sobreviviese a la guerra española, a los campos de refugiados en Francia, a la lucha en la resistencia contra los invasores alemanes y finalmente al infierno de un campo de concentración nazi, sino que haya llegado a los cien años que tiene en la actualidad. Y así es. Virgilio Peña nació en Espejo el 2 de enero de 1914, en el seno de una familia de jornaleros. Militante comunista desde muy joven, cuando estalló la guerra en España luchó por la República hasta que en el 39 cruzó la frontera. En Burdeos, trabajó en una factoría donde se fabricaban piezas para los submarinos alemanes. Como otros republicanos españoles -y miembro de un activo Partido Comunista-, Virgilio participó en varios sabotajes hasta que fue detenido y enviado a Buchenwald. Tras su vuelta del infierno, fue en Pau, la localidad francesa cuya estación le recordaba a España por sus palmeras y sus geranios, donde volvió a nacer.

Una historia como la de Virgilio Peña no ha pasado desapercibida para historiadores y periodistas, primero en Francia, y en los últimos años en España y en su tierra, Córdoba.

“Con otros supervivientes de los campos hemos ofrecido charlas en institutos y en universidades en Francia”, cuenta Virgilio. Así conoció su historia Jean Ortiz, un profesor universitario francés, militante de izquierdas e hijo de un combatiente republicano español, que en el 2007 rodó el documental Espejo Rojo, dedicado a la historia de Virgilio Peña. El documental, por cierto, está disponible en Youtube.

Peña también ha sido objeto de reconocimientos por parte del Partido Comunista y, este mismo año, el 28 de febrero, fue homenajeado en su pueblo, en Espejo, donde se le ha dedicado una calle.

Desde que en 1964 regresase a Espejo por vez primera desde su exilio en Francia, Virgilio Peña ha intentado volver cada verano a su pueblo natal, donde su madre -su padre murió joven- llegó a hacerse muy conocida como Elisa la de los jeringos, por su profesión durante más de cincuenta años.

Aunque en 1964 España aún estaba bajo la dictadura de Franco, en aquella época se permitió el regreso de aquellos republicanos, excombatientes o no, que estuviese limpios de “delitos de sangre”, para lo que debían ser avalados por familiares o vecinos de la localidad.

Virgilio regresó a España, pero para entonces ya tenía una nueva vida y una familia en Francia. En la casa de reposo de Pau estuvo recuperándose nueve meses. Luego conoció a Cristiana, quien sería su esposa. “En aquellos días había manifestaciones contra el fascismo en España y en una de esas nos conocimos”, recuerda Virgilio.

Él empezó a trabajar en un centro de formación haciendo suelas de alpargatas, más adelante se convirtió en un obrero especialista en carpintería y fue de empresa en empresa construyendo tejados. “Cristiana trabajó en una fabrica de zapatos hasta que llegaron los hijos”, recuerda Virgilio. En la actualidad, ambos continúan viviendo en Pau. Tienen tres hijas y un hijo, nueve nietos y una bisnieta.

Cristiana, su esposa, es más joven que él, pero problemas de salud le impidieron venir el pasado febrero a Espejo, para el homenaje. Entonces Virgilio acababa de cumplir los cien años de edad en enero. “¿El secreto? No lo sé. Yo no he hecho nada para llegar a los cien años, solo trabajar o sufrir”, señala.

-Con una vida cómo la que ha tenido, ahora que le realizan tantos homenajes, ¿se siente usted símbolo de algo?- pregunta el periodista.

-No soy símbolo de nada, solo he hecho lo que tenía que hacer un hombre por la libertad.