Durante estos días, las labores que se realizan en la instalación van encaminadas a poner la planta «en seguro». Así denominan a este periodo tanto la empresa como los trabajadores.

Desde hace un par de semanas, un grupo de siete empleados se encarga de la desconexión de la red, de la eliminación de residuos, de sellar el vacie de ceniza y de eliminar el aceite de la maquinaria. Estas tareas también tienen un plazo máximo de finalización, que, aunque por lo general, para las ocho centrales que se cierran en toda España es de cinco años y en el caso de Puente Nuevo es de dos años contados desde el pasado día 24 de marzo, que fue cuando se firmó el acta de salida.

Los empleados que se encargan de estas tareas son los más jóvenes, elegidos por ser polivalentes y porque conocen muy bien la central. Entre ellos se encuentran los responsables de medio ambiente y de prevención. Cuando su labor finalice, tres se desplazarán hasta Santander y el resto, serán despedidos.

Para todos ellos son días duros, aunque afirman con tristeza que es «la crónica de una muerte anunciada». Así se refiere a este proceso Wenceslao Fernández, uno de los que serán los últimos en salir. Trabaja en la sala de control y, para él, el instante más emotivo y, a la vez, más amargo, fue «la última vez que se dio al botón de parada, en febrero, el día en que se dejó de producir, que ya se paró definitivamente».

Entonces, afirma, sus recuerdos fueron para «personas que llevaban aquí más de 40 años, generaciones de abuelos, padres e hijos que han mamado esto».

Hoy, este cierre no es solo uno más. Se dice adiós a una planta y a una empresa emblemática en la comarca del Guadiato, aquella en la que un día ya lejano reinaba el empleo y la industria y que hoy duerme en un letargo que dura ya mucho más de lo deseable sin que prácticamente ninguna de las iniciativas que surgen impulse el empleo y ayude a frenar la despoblación.