La reciente firma por parte del Ayuntamiento de Priego de un documento de cesión y uso con el propietario de la Torre del Espartal ha supuesto el primer paso para que se haga realidad una de las reivindicaciones históricas de numerosos colectivos de la localidad, que desde hace años vienen denunciando el mal estado de conservación de las torres atalaya existentes en el término municipal.

Una fórmula que permitirá la recuperación y puesta en valor de este importante patrimonio edificado, indisolublemente asociado al paisaje y la historia de la zona, y que supondría a la vez un nuevo atractivo turístico para Priego, que llegó a contar con quince torres atalayas, de las que de tres no quedan restos emergentes de ningún tipo y otras tres son fortificaciones más complejas, como son el castillejo de Barcas, el Jardín del Moro o castillo de Tiñosa y Sierra Leones.

Aunque según todas las fuentes la mayoría de estas fortificaciones se edificaron en los siglos bajomedievales (XIII al XV) en los que Priego formó parte de la frontera nazarí, algunas de ellas presentan una fuerte vinculación con períodos históricos anteriores, como así apuntan varios investigadores.

La coincidencia de la frontera noroeste del reino nazarí de Granada con las Subbéticas cordobesas, a lo que hay que unir el carácter quebrado del relieve de la zona, justifica la abundancia de este sistema defensivo en la zona norte (enlaces hacia Luque y Alcaudete) y la zona sur de Priego (Madinat Baguh), del que se tienen referencias en Al-Andalus desde el inicio del período emiral, por lo que no se puede descartar que varias de estas torres atalayas se encontrarían en funcionamiento durante el Emirato o el Califato, a raíz de la revuelta muladí de Umar Ibn Hafsun.

Torres atalaya que fueron utilizadas de manera especial durante los siglos bajomedievales, aunque también tuvieron una gran importancia en la segunda mitad del siglo XVI con la revuelta morisca de la Alpujarra granadina, llegándose a reparar muchas de ellas.

Estas construcciones fueron realizadas tanto por los cristianos como por los musulmanes, siendo utilizadas indistintamente por ambos bandos, como así aparece reflejado en fuentes históricas.

Cabreros, viajeros y transeúntes han sido algunos de sus últimos moradores, llegando incluso a ser utilizadas durante la Guerra Civil como puestos de vigilancia debido a su privilegiada situación estratégica.

En lo que a su tipología se refiere, la mayoría responden a un mismo esquema: torres cilíndricas, realizadas en mampostería, de 4 metros de anchura por 9 de alto aproximadamente, con la parte interior maciza y un habitáculo a media altura, a unos 5 metros, al que se accedía por una puerta-ventana con la ayuda de una escala o similar. Desde la estancia interior se accedía a la plataforma de señales que coronaba la construcción, cuyo principal cometido era el control y la visualización de los caminos y pasos naturales que conducían hasta la localidad, así como la transmisión de mensajes de aviso en caso de incursiones o razias del enemigo, situaciones a la orden del día en las poblaciones de frontera.

Igualmente, otra característica común de estas torres atalaya es que todas se encontraban conectadas ópticamente, bien con otra torre o directamente con el castillo de Priego, ubicándose siempre en lugares elevados que presentaban una excelente visibilidad, aproximadamente entre los 600 y los 900 metros de altitud.

Como apuntan todos los especialistas, este tipo de estructuras no estaban pensadas para resistir un asedio, por lo que la parte superior de las mismas, la llamada plataforma de señales, no presentaba merlatura (almenas), ya que no se preveía el combate. Desgraciadamente, estas torres atalaya se encuentran en la actualidad absolutamente abandonadas, pese a estar declaradas como Bien de Interés Cultural, contando por tanto con la máxima protección legal, así como en su espacio más inmediato en un radio de 125 metros en el que están prohibidos movimientos de tierra, roturaciones forestales, cambio de cultivo y edificaciones de cualquier índole, según aparece recogido en las normas subsidiarias y en la Carta Arqueológica de Riesgo de Priego.

En este sentido, cabe reseñar la importante labor realizada por el servicio de arqueología del Museo Histórico de Priego, que lleva a cabo visitas periódicas de control a estas construcciones, lo que, en buena medida, ha impedido que se agrave su delicado estado de conservación, que en algunos casos hace peligrar su estabilidad.

Situación actual

Del cinturón de quince torres atalaya que bordeaban el término municipal de Priego durante la Baja Edad Media en sus flancos norte y noroeste, y cuya distancia de separación puede variar entre los 5 y los 10 kilómetros, en algunos casos únicamente han llegado hasta nuestros días su topónimo. Así ocurre en la fortificación que existió en Zagrilla Baja y en las dos de las que se tienen referencia en Castil de Campos.

Frente a éstas, existe un segundo grupo que conservan únicamente la parte inferior, como es el caso de la ubicada en el conocido como Calvario Viejo, la denominada Torrecilla, en la aldea de Esparragal, o la torre de las Cabras, de la que existen dos topónimos idénticos en Azores y en la Sierrecilla de la Trinidad.

En un mejor estado de conservación han llegado hasta nuestros días las tres torres que se encuentran en las inmediaciones de la aldea de El Cañuelo (Torrealta, Torre Bajera y el torreón de El Morchón), Fuente Alhama, y Jaula o de Uclés. A ellas se puede unir la Torre de Barcas, junto a los ríos Zagrilla y Salado, aunque en este caso se trataría de un pequeño castillejo que no funcionaba como torre atalaya, teniendo su sede en el mismo una guarnición militar que se encargaría del mantenimiento y vigilancia del resto de torreones que conformaban el sistema de vigilancia de Priego.

Uno de los torreones mejor conservados es El Morchón, ubicado junto a la aldea de Camponubes, con su estructura prácticamente intacta, presentando únicamente la ausencia del parapeto de la plataforma de señales y varios huecos en su base, estando tanto la bóveda como la primera estancia en buen estado.

Aspecto que presenta la torre de El Morchón, en la aldea de Camponubes, una de las mejor conservadas.Foto: R. COBO

El conocido como canuto de Jaula o de Uclés, ubicado en un escarpe rocoso de la sierra de Jaula.Foto: R. COBO

Torre de Barcas, junto a los ríos Zagrilla y Salado, ejerció de castillejo para una pequeña guarnición militar.Foto: R. COBO

Torre Bajera, junto a la aldea de El Cañuelo, forma parte de las fortificaciones del flanco norte de Priego. Foto: R. COBO

Ruta de las torres atalayas

Aunque no existe una ruta prefijada, una de ellas podría ir de norte a sur, comenzando por la torre de El Morchón, Fuente Alhama, Torre Alta, las Tres Torres o Mediana, El Cañuelo, la Torrecilla, de Salbá o Sarvat, de Zagrilla, de Azores o de la Cabra, de Jaula de los Moriscos o de Uclés, de los Oliva o de la Susaña o Escusaña, la Pata de Mahoma, El Espartal, el Calvario Viejo, la de las Cabras y la ubicada en la Sierrecilla de la Trinidad. Itinerario que nos trasladaría al período bajomedieval en el que estos testigos de la historia jugaron un papel destacado en la defensa de Priego y su entorno más inmediato.

La recuperación y puesta en valor de este cinturón de torres, o al menos de un número importante de ellas, supondría un nuevo atractivo turístico para la comarca de Priego y serviría de complemento ideal para comprender la arquitectura defensiva medieval, que tiene en el castillo de la localidad un magnífico ejemplo. El acuerdo alcanzado entre el Consistorio prieguense y el propietario de uno de estos baluartes ha supuesto el primer paso para la progresiva recuperación de este importante patrimonio, hasta ahora casi olvidado.