El campo es ese enorme lugar donde la vida surge, donde la tierra empapa, donde el sol aprieta hasta mediados de noviembre, donde los jornaleros esperan la hora precisa para recoger con cuidado las naranjas una a una. Sin prisa, pacientes. «Mejor esperar un par de horas a que se marquen nuestros dedos en las naranjas. Tienen que estar perfectas», explica Juan Jesús Aguilar, manijero en una de las fincas cerca de Palma del Río donde se recogen las primeras naranjas de la temporada.

Aguilar trabaja temporada tras temporada en la naranja; ni si quiera puede decir cuántos años lleva repitiendo esta secuencia. Y con él, su fiel cuadrilla. «A veces falla alguno y tenemos que meter a alguien, pero no es lo normal». Su objetivo como capataz es organizar y distribuir a su equipo por los naranjos, pero, sobre todo, velar por la calidad del fruto. «Las naranjas tienen que estar bien alicatadas y bonitas, que van para exportación, y si no, no valen». Los años no le pesan y habla de su trabajo como una bendición. «Trabajar es un lujo, poder salir de la casa y estar en el campo, al aire libre, especialmente en este momento. La gente tiene que comer, si no recogemos nosotros quién lo va a hacer».

El capataz coordina a su grupo que es, cuanto menos, diverso: mujeres y hombres de edades, rostros y personalidades dispares, todos residentes en la zona -insisten mucho en ello--. «¿Has escuchado lo nuevo de C. Tangana?», se escucha decir a uno de los jornaleros más jóvenes desde su escalera sin obtener respuesta y continuando feliz con su tarea.

Si algo caracteriza a este equipo es la amistad, el cariño forjado año tras año, jornal tras jornal. Entre ellos bromean y se amenizan el día, aunque tenga que ser desde la distancia. Siempre hay hueco para las risas. «Manuela, no te cambio por nada», vocifera un jornalero entre las ramas del naranjo.

Manuela López solo le contesta con una risa que esconde cierta vergüenza y ternura. Es jornalera de Palma del Río y está contenta de volver otra temporada más; de poder seguir ejerciendo el trabajo que alimenta su familia durante todo el año. «Me gusta la naranja, si no me gustase no podría haber desempeñado este trabajo durante tanto tiempo». Nerviosa, vuelve a coger su macaco para no perder mucho más tiempo. Tienen mucha faena y cinco horas más de recolección de naranjas por delante.

El trabajo es duro, tanto, que durante mucho tiempo ha sido difícil conseguir que alguien realizara estas labores. «La gente no ha querido venir durante muchos años, en el campo se pasa muy mal, hace mucho frío en invierno y mucho calor en los meses próximos al verano», cuenta Antonio Mallén, propietario de la finca. No es su caso, a él el campo -donde trabaja cada día desde su niñez-- le apasiona y entristece a partes iguales. «Es una pena, el campo cada día está peor. No llueve y eso es terrible. Lo que estamos viendo estos años, no lo he visto jamás y soy muy mayor ya. El campo lo es todo, no podemos dejar que muera. Hay que hacer algo».

Por su parte, Aguilar considera que el trabajo en los cítricos es «como montar en bici», al principio cuesta pero después te terminas acostumbrando a la rutina y dice no entender a quien no elige el campo para trabajar, especialmente en un momento como este.