«Un manotazo duro, un golpe helado…» ha recibido el cronista la mañana del domingo al conocer la noticia de la muerte de Eduardo Barrón Lucena, maestro de maestros de la campiñesa villa de Espejo. Una vida dedicada a la enseñanza y formación de generaciones de la niñez y juventud espejeñas, y cuya huella ha quedado grabada de manera indeleble en la evocación de todo un pueblo.

Su bendita misión en la Enseñanza Primaria la alternaba impartiendo docencia en una academia integrada por maestros, donde jóvenes del pueblo cursaban estudios de Bachillerato y Magisterio. De otra manera, para la práctica totalidad de los que en esa noble institución nos formamos hubiese sido muy difícil poderlos cometer. La enseñanza «por libre» -eran otros tiempos- en la referida academia, regentada durante un gran período de tiempo por la eminente figura de Eduardo Barrón, era la única instancia a la que se podía recurrir.

Durante toda su vida profesional, el trabajo, esfuerzo, solvencia, compromiso y una insuperable responsabilidad presidieron su quehacer. Pero también lograba inculcar a sus discípulos la formalidad, cordura, cumplimiento del deber… Y por encima de todo, el amor a la obra bien hecha. Valores que les supo transmitir, y que, como sabio docente, más que con la palabra los transfería con su ejemplo. Y que el alumno supo agradecer con devoción y poemas sin cuento. Dígalo, también desde la altura, el discípulo poeta Luis Chamizo cuando le canta pesaroso: “Una venda de senos y ecuaciones/ me cuentan que ha cegado tu mirada/ caudalosa de afecto e ilusiones”. Para más adelante confesar agradecido:”Una legión de hombres diferentes/ llevamos con orgullo tu legado,/ como arroyo de aguas transparentes. / Y tu nombre, Maestro, señalado/ con trazo de tinta en el cuaderno/ amarillo de aulas y de olvido;/ y me dicen que estás casi vendido/ por la negra pizarra del invierno”.

Hoy, querido Eduardo - ¡cuánto lo lamento¡- ha llegado tu día. Pero puedes estar seguro, mi inolvidable profesor y amigo, que Espejo, tu pueblo, jamás te olvidará. Y que en quienes tuvimos el enorme privilegio de cosechar tus enseñanzas, orientaciones y consejos, tu recuerdo anidará por siempre vivo y candente en el hondón de nuestros corazones.