Esto se ha enfriado demasiado y no hay nada que presentar". Esta frase de Cipriano Carrillo, padre de la joven asesinada en el verano de 1995 en Puente Genil, apunta a que ese crimen va a quedar sin castigo. La familia no tiene pensado solicitar la reapertura de la investigación porque "todo está tal y como estaba" cuando se descubrió el cadáver de esta pontanense de 31 años.

Salió la tarde del 15 de julio de 1995 a pasear en bicicleta por el canal de riego que corre junto al camino de Montalbán, a un par de kilómetros del casco urbano. No volvió a casa y ese mismo día su familia y allegados comenzaron la búsqueda. La situación era angustiosa y el final no pudo ser más trágico. El 27 de julio, dos agricultores encontraban el cadáver de la chica en un olivar alejado del sitio donde fue vista por última vez. Presentaba signos de violencia -desnuda, con arañazos en la espalda y sangre en la cabeza- y la Guardia Civil se hizo cargo de la investigación. Poco se pudo deducir del escenario del crimen y comenzaron los interrogatorios por el círculo más cercano a la joven, pero nadie fue testigo de su desaparición.

Comenzaron las movilizaciones en demanda de agilidad en la investigación y más de 8.000 vecinos acompañaron a la familia en el sepelio. Apenas se avanzaba en las pesquisas y para liar más la situación alguien llamó a la Policía Local para señalar a un posible implicado. Tres personas respondían a las características que aportaba el informante, pero esa línea se abandonó al carecer de peso.

Cuando acababa ese año se detuvo a un varón de unos 40 años que fue puesto en libertad por falta de pruebas. El tiempo pasaba y no había resultados ante la protesta de la familia. Habría que esperar al año 2003 para que se abriera una nueva línea de investigación.

Ante la insistencia de la familia, el servicio de Genética Forense de la Universidad de Santiago de Compostela analizó una muestra de cabello y sangre hallados en el cuerpo de la joven y encontró ADN de un varón; una prueba posterior determinaría que fueron dos los hombres que dejaron su rastro genético. En julio de ese año se toma declaración a un sospechoso, pero su ADN no coincidía con el que se recogió.

UN TESTIGO Tres años más tarde, los investigadores encuentran un testigo. Aseguraba que el día de los hechos un grupo de amigos de Lucena se dirigía a la localidad sevillana de Ecija a comprar droga y a la vuelta abordaron a Casta y la obligaron a subir a un vehículo. Según declaró, los jóvenes abusaron y golpearon a la chica hasta acabar con su vida y luego trasladaron el cuerpo al olivar.

La investigación volvió a estancarse y el juzgado archivó el caso a principios del 2008. La familia recurrió a la Audiencia, que en agosto dio la razón al magistrado al considerar que "el testimonio que señalaba a un grupo de personas, del que solo se conocía una identidad, era de poca consistencia y que la investigación ha llegado a un punto muerto donde lo más aconsejable era archivar el caso". Cipriano Carrillo señala que "parece ser que quien lo hizo tuvo mucha suerte, o supo hacerlo muy bien" y sigue sospechando de quien apuntó en su momento a los jóvenes de Lucena, pero "se niega a decir la verdad".