Córdoba nunca ha sido una ciudad que aplauda los cambios, ni siquiera los que acontecen fruto de una ley. La resistencia al cambio prevalece por encima incluso de ideologías. Quizás por eso resulte difícil, a pie de calle, encontrar estos días a gente dispuesta a aplaudir que se cambie el nombre «de toda la vida» a ciertas calles. «Esto se va a seguir llamando Cañero», aseguraban en un corrillo un grupo de vecinos de la asociación Cañero Nuevo, cuya denominación «no va a cambiar». «Pondrán una placa nueva en la plaza, eso es todo lo que va a cambiar», dice uno, y el otro le contesta «ya podían perder el tiempo y el dinero en otra cosa y no en pegoletes». El nombre nuevo, plaza de los Derechos Humanos, tampoco cae en gracia en la reunión. «Ya que lo cambian, podrían haberle puesto el nombre de alguien que haya hecho algo por el barrio». En la tienda de la esquina, las mujeres allí reunidas se enervan cuando se les saca el tema. «Si esto es una democracia, ¿por qué no podemos votar para esto también?», se pregunta una señora, «que se preocupen de las familias que no tienen para comer y de poner la plaza en condiciones». Para Rafael Carmona, vecino de La Fuensanta criado en Cañero, «a algunos les costará, pero se trata de una ley que hay que cumplir y ya es hora de que deje de haber calles con nombres de personas que participaron activamente en el golpe de Estado». En su opinión, «que el nombre lleve ahí 50 años no es motivo suficiente para que siga, al contrario», explica, mientras celebra el nombre seleccionado. «De Cañero salió un colectivo muy grande que luchó por la democracia, que no es otra cosa que luchar por los derechos humanos».

Al otro lado de la ciudad, en Cruz Conde, futura calle Foro Romano, el debate continúa. «Esto solo nos va a traer gastos», afirma Javier Muñoz, de la tienda Lui, para quien habría que haberles consultado como afectados. «Hoy me han traído 20.000 bolsas con esta dirección, ¿ahora qué?». En su opinión, «no tiene sentido, ni por la memoria histórica ni por nada, ¿o acaso los romanos eran tan buenos?». Para su compañero Miguel Ángel, «de lo que deberían preocuparse es de que la calle esté iluminada en condiciones y de promocionar el comercio porque esta calle ya no es lo que era». A unos metros, Basilia Cortés coincide en su rechazo al nombre y reclama mejoras para la zona «en lugar de más gastos, porque esto al comercio nos va a costar el dinero entre tarjetas, bolsas, cambio de dirección...». Los vecinos de siempre de Vallellano tampoco parecen muy contentos, insisten en que «la gente le seguirá llamando igual» y no encuentran argumentos para justificar los cambios «después de 40 años de democracia».

Alguno se lo toma a chufla. «Mejor Flamenco que el nombre ese árabe raro (se refiere a Subn umm Walad, nombre de la esposa de Alhaken II, propuesta rechazada)», bromea una vecina, «ahora habrá que colocarse el traje de gitana para no desentonar». Entre los encuestados, hay también quien no tiene idea del tema. «¿Le van a poner Flamenco ahora, en serio?», cuestiona una mujer que dice transitar a diario por esta vía, «¿Y eso a qué viene ahora?. Y quienes defienden el cambio como concepto. «Si Vallellano era un facha, que lo cambien, ¿cómo va a tener una calle?».