Hace una semana que el centro de mayores de El Tablero volvía a la vida, después de que el estado de alarma y la pandemia les obligara a cerrar sus puertas. Han sido días duros, sobre todo para quienes viven solos en el edificio de Sama Naharro. Pero hoy sus ojos se veían tranquilos y relajados. Dicen que estar aquí es un regalo, al igual que compartir cada día charla e inquietudes con sus amigos.

La decisión de abrir el centro ha sido de los mayores. Afortunadamente cuentan con unas buenas instalaciones que permiten cumplir con los protocolos de seguridad. No todos los centros tienen esa suerte, pero tampoco todos los usuarios de la ciudad tienen las mismas ganas de volver a pisar los espacios en los que conviven a diario. Porque hay miedo, pero hay que vivir.

Desde primera hora de la mañana los mayores charlan en el pequeño bar que tienen habilitado. Frente a su café y sus tostadas, mascarilla en ristre, se cuentan la jornada, las últimas novedades de la familia, las noticias sobre el covid-19 que hoy ocupan todas las portadas.

Desde la terraza del bar se divisa buena parte del enorme patio central del edificio de Vimcorsa, que cuenta con 155 apartamentos en los que viven únicamente mayores de 65 años. Ángela comparte mesa con su amiga Paqui, ya viuda. Paqui le cuenta que el centro de mayores «es lo que le da la vida» con las distintas actividades que realizan habitualmente. Aunque ahora la cosa está prácticamente parada y el aforo de las distintas salas se ha reducido de manera considerable. Ángela asiente. «Es una pena que haya venido el virus a tenernos recluidas en casa. Esto lo hemos echado mucho de menos». Y ambas se miran con la complicidad que dan los años de confianza.

Manuela y su marido llegaron al Sama Naharro cuando el edificio abrió sus puertas y se confiesa incondicional del centro. «Yo vengo a la memoria», explica, haciendo referencia a los talleres que se imparten en el centro. «A coser y eso, no, porque tengo las manos que me duelen muchísimo. Ni enhebrar la aguja puedo». Pero su ratito de conversación no se lo quita nadie.

Cada día Jesús Muñoz, el presidente del centro de mayores, revisa que todo esté en orden, que no falten el gel hidroalcohólico y las toallitas a la entrada, que cada sala tenga su cartel con el aforo permitido. Hoy además le cuenta las inquietudes de sus mayores a la delegada de Participación Ciudadana, Mayores y Solidaridad, Eva Contador, que ha ido a ver cómo va la actividad del centro. «Los mayores han sido muy responsables» -subraya la delegada- y si ellos se han decido a abrir, como también han hecho los de El Higuerón y Barriada del Ángel, desde el gobierno municipal «teníamos que darles la mayor seguridad».