Desde que explotó la burbuja inmobiliaria y la crisis económica, la palabra colaborativa aplicada a la economía en todas sus formas no deja de ganar adeptos, ya sea para ahorrar gasolina compartiendo un coche o para viajar reduciendo costes en pisos habitados. La caída de los ingresos familiares, ya sea por el incremento de la tasa de empleo o por la temporalidad del mercado de trabajo, ha obligado a la ciudadanía a buscar fórmulas creativas basadas en el hecho de compartir gastos. De un tiempo a esta parte, la vivienda colaborativa gana también adeptos. Según un estudio de idealista.es, la demanda de habitaciones de alquiler ha aumentado un 80% en el último año, pero ya no son solo los estudiantes los demandantes. La edad media de los solicitantes en Córdoba está en 27 años y el perfil engloba desde trabajadores con sueldos bajos a personas separadas con hijos cuyos ingresos se reducen tras el divorcio. Entre los que alquilan a otros, también hay de todo. Unos buscan dar rentabilidad a inmuebles que no venden, otros compartir los gastos de su vivienda alquilando una o varias habitaciones.

Jose, periodista sevillano de 27 años, cumple el perfil de trabajador que busca ahorrar compartiendo gastos y para ello vive en un piso cuyo propietario alquila por habitaciones a un precio medio mensual de 200 euros con todos los gastos (luz, agua, comunidad) incluidos. En el mismo piso, viven Mike, un ingeniero americano de 25 años que trabaja en Córdoba como profesor de inglés, y dos estudiantes, uno de edición de videojuegos y otro de diseño gráfico. «Además de ahorrar, compartir casa te permite conocer a gente interesante», explica Jose, «y compartir algunos ratos de ocio, en nuestro caso, la Play 4 nos une mucho», bromea.

Aunque el formato sea similar al de un piso de estudiantes, la presencia de dos adultos cambia las cosas. «Yo soy el hermano mayor de los dos estudiantes, a los que hemos tenido que enseñar cómo se pone una lavadora o qué productos se usan para limpiar un cuarto de baño». Cada cual tiene horarios distintos, lo que impide que coman juntos. «Los estudiantes vienen cargados de tuppers, Mike y yo preparamos la comida aunque tampoco coincidimos al mediodía».

También hay quien comparte casa por seguridad. Rosa y su marido viven en un caserón enorme en plena judería y estos días andan buscando inquilino. «Los dos estamos jubilados y viajamos mucho, así que nos gusta que siempre haya alguien en casa, pero no nos vale cualquiera, tiene que ser alguien de confianza que tenga un modo de vida compatible con el nuestro». Los estudiantes, por ejemplo, están prohibidos. «Buscamos alguien mayor, hemos tenido a artistas, a músicos, cuyos horarios y costumbres, por edad y por trabajo, son afines a los nuestros», explica. El alquiler es razonable y, a cambio, el inquilino dispone de un espacio amplio para él, con zona exterior incluida, todo un lujo.

También hay quien decide compartir alguna habitación de su casa por necesidad. Es el caso de Rafi, una cordobesa divorciada y madre de dos hijos a quien el presupuesto la obliga a esta opción. «Mi ex está en paro, así que no puedo contar con cobrar mensualmente la pensión de los niños porque muchas veces se retrasa, pero tengo que seguir pagando la hipoteca, así que decidí compartir mi piso con una amiga», comenta sincera. Su amiga, una docente interina, pasó un curso en su casa y la experiencia fue tan buena que decidió repetir, ahora a través de un anuncio. «No iba a meter a cualquiera en casa, sobre todo por mis hijos, así que recibí a unas cuantas personas hasta que di con una estudiante de doctorado que pasa mucho tiempo fuera de casa, no hemos tenido problemas».

Hasta hace poco, la Universidad de Córdoba contaba con un programa de convivencia intergeneracional por el que los jóvenes podían alojarse con mayores de la ciudad a cambio de un alquiler bajo. Esa modalidad, muy interesante desde el punto de vista social, ya no existe.