Si tiene un hijo o hija posmilenial, uno de la llamada Generación Z, de entre 10 y 14 años, quizás se encuentre estos días intentando descifrar una lista de regalos de nombres codificados alusivos a videojuegos, máquinas, móviles y todo tipo de artilugios tecnológicos, rogando para que Amazon cumpla los plazos y los obsequios lleguen a tiempo o sufriendo porque la factura de los Reyes Magos se ha ido por los cerros de Úbeda en la compra de todo tipo de artículos de marca. Así son los regalos que piden muchos de los niños de esa edad, cansados ya de juguetes.

Charo Cabrera es madre de dos hijas de 11 y 5 años y en casa aún resisten estoicamente a comprar el consabido el móvil, hasta que cumpla al menos 14 o 15 años. Según Charo, «la presión es muy grande porque siempre repiten que todo el mundo tiene uno, pero de momento no es necesario», explica. En su opinión, dar a un niño un móvil «para que no moleste» no es una prioridad y lamenta que «cuando se juntan varios niños, acaben jugando delante de una pantalla en vez de hablar o jugar a otras cosas». Pese a todo, «la mayor ha escrito dos cartas este año, una en la que solo pide el móvil y, como sabe que no va a caer, ha escrito otra pidiendo ropa, entradas para el Unicaja de Baloncesto o sudaderas de la NBA y entradas para un concierto de Rosalía, Pablo Alborán o Aitana».

Para María Antonia Alba, psicóloga cordobesa, la tecnología no se debe ver como un enemigo porque no es buena ni mala, depende de cómo se use, «pero regalar un móvil o un ordenador te obliga como padre o madre a implicarte para establecer límites a tu hijo y vigilar su uso». Para Alba, «no es recomendable que un niño de 10 a 13 años tenga acceso ilimitado a internet», algo cada vez más común y el argumento de «lo tienen otros» tampoco debe ser pretexto para regalar determinados objetos si el niño no es lo suficientemente maduro o si la familia no tiene recursos económicos suficientes para permitirse ciertos gastos. «Hay que enseñar a los niños a ser tolerantes a la frustración, transmitirles valores y explicarles que no siempre van a tener lo que desean».

Daniel Calero es padre de dos niños, de 10 y 12 años, y confiesa que él no entiende a lo que juegan sus hijos. Pese a todo, él y su mujer se esfuerzan para encontrar algunas de las peticiones. «Piden cartas Magic de una edición concreta que no son fáciles de localizar», explica, y además son bastante caras. «Cada carta puede costar entre 20 y 60 euros», explica. La música también está presente, con discos de Amaral y de Vetusta Morla, así como elementos relacionados con el atuendo y el instrumental de Harry Potter. Este año, no han pedido nada tecnológico. «La PS4 ya la tienen y móvil saben que de momento, no lo van a tener». Como Charo, intentan fomentar otro tipo de juegos. «En casa tenemos dos vertientes, a uno no le gusta mucho salir a la calle y el otro solo quiere irse a jugar con los amigos». El problema, según Calero, es «la falta de zonas de juego para los niños, sobre todo, en el Centro y la Axerquía aunque imagino que también pasa en otros barrios de Córdoba».

María Jesús Lozano tiene dos hijas, la menor de 12 años, y su carta de Reyes es de lo más original. «Pedía unas entradas para ver a Extremoduro, pero el precio es muy caro y no vienen a Córdoba, por lo que se encarece más, así que la opción B es una mezcladora de música llamada Kaossilator mini». En cuanto a la tecnología, María Jesús no es partidaria de «mantenerlos al margen, quiero que tengan referencias, pero con mucha presencia y sin que se pasen».

Para Eva M., madre de dos niño de 12 y 13 años, la lista de Reyes es «un motivo de estrés porque no sé qué regalarles a mis hijos, ya tienen de todo, no quieren juguetes convencionales, solo videojuegos o cosas de marca, y lo que piden es caro o difícil de encontrar», lamenta, «además, los tíos, las abuelas preguntan también qué regalar y llega un momento en que no sabes».

Para Alba, «los niños piden marcas influidos por las redes sociales y el márketing», pero «son los padres quienes deben elegir regalos no sexistas, adecuados a su edad y acordes a las posibilidades económicas de cada familia» porque endeudarse para comprar los Reyes «no es una opción», insiste. Además, recomienda «no usar estas fechas como castigo rotundo». Según su experiencia, «todo comportamiento tiene consecuencias, pero el castigo debe ser equilibrado y nunca debe suprimir la motivación positiva». El castigo prolongado produce «rebeldía y tolerancia al castigo».