Si a Lucifer le hubiesen contado que el infierno sería algo parecido a Córdoba en plena ola de calor, lo de rebelarse a Dios se le habría antojado algo menos sencillo. Después del apacible mes de julio del que han disfrutado los cordobeses y sus turistas, la ola de calor ha hecho recordar al que ya se estaba convirtiendo en un tsunami caluroso que inundaba la ciudad cada verano.

Los cordobeses, experimentados en el tema, ya se preparaban para lo peor. Pero el plato más amargo se lo llevó el turista más valiente (o ignorante) que decidió elegir estas fechas para acercarse a conocer la ciudad califal y lo que, en cualquier otra circunstancia, serían sus encantos.

Yuting y Tianran, una pareja asiática, explicaba que «para no deshidratarnos y poder ver la ciudad, bebemos agua y buscamos lugares climatizados cuando el calor se hace insoportable». Ellos dos, al igual que la mayoría de los visitantes, se informan del calor que hará antes de poner pie en suelo infernal a través de las noticias. «Vimos que marcaron 43 grados para hoy y, bueno, es lo que hay. No nos esperábamos para nada que hiciese este calor. Ayer estuvimos aproximádamente cuatro horas fuera del hotel y luego volvimos porque era demasiado para nosotros».

Lo que más se escuchaba entre los grupos de turistas, casualmente, era el francés. En el mes más caluroso de Córdoba, cuando hasta las sombras de los semáforos valen, nuestro país fronterizo se hacía patente en las zonas del centro histórico. Dentro del Patio de los Naranjos, dos jóvenes francesas descansaban junto a una de las fuentes y miraban las pantallas de sus teléfonos móviles mientras conversaban esporádicamente. «Sabíamos que haría bastante calor antes de venir, estuvimos pendientes de eso, pero está mereciendo la pena la visita», decían con una sonrisa.

Venir a pasar unos días ociosos en Córdoba se puede convertir en una odisea complicada como la de Rafa y Lucy, una pareja de puertorriqueños que conocieron la ciudad a las tres de la tarde, hora en la que el aire y el sol se ponen más agresivos. «Llegamos a las tres de la tarde, con un par de sitios previstos para visitar que se quedaron en el mero plan, porque el calor nos hizo cambiar de planes radicalmente. Paramos a tomar un café frío y compramos varias botellas de agua», relataban. Al día siguiente por la mañana, los 33 grados que luego sumarían diez más, les permitían visitar la Mezquita y callejear por la Judería.

Algunos viajeros, bien sea por costumbre o autoconvencimiento, quitaban hierro al asunto. «Estamos acostumbrados a esto. En Australia hace una humedad asfixiante, así que bebemos agua y ya está, adelante», contaba un padre australiano.

El calor no perdona ni en los portales, los pies hierven sobre las zapatillas y las mochilas, los gorros y las botellas de agua tratan de surfear una ola de calor que se resistió a llegar.