Junto a la estación de autobuses de Córdoba, más de una veintena de personas -distribuidas a lo largo por las distancias de seguridad- ocupaban una acera de la calle Arqueólogo Antonio García y Bellido. «Ya no hay caracoles chicos», dijo Antonio a Sara en un momento, mientras arañaba con un cucharón la olla más grande que había, para rellenar el último pedido del día de ese tipo de caracoles. Eran alrededor de las 19.00. Pasados unos minutos, Sara, que junto a Antonio regenta Caracolexpress, se acerca, respira y sin mucho tiempo expresa su sorpresa. No es para menos. A pesar de las restricciones, la terraza se llenó horas antes y, con las mesas ya recogidas -desde las 18.00, como marca la ley-, la gente no deja de llegar.

Caracolexpress es como un patio de vecinos. Como contó Sara, quienes ayer acudían «son los mismos de siempre, de aquí del barrio». En su opinión, «cada uno tiene su clientela fija» y esta es la que cumplirá el cometido de sacar adelante los puestos este año, afectado por la pandemia. Las restricciones han limitado el aforo al 75%, han eliminado la barra y ha marcado el consumo en la calle hasta las 18.00, aunque la venta se puede alargar hasta las 22.00 para llevar a casa o para envíos a domicilio. Y eso se nota. «No es lo mismo la barra llena, todo lleno, las mesas puestas, pero la verdad es que, aunque sea poquito, vamos para arriba», expresó optimista Sara, quien aprecia en sus clientes el buen recibimiento de la temporada: «Ya tiene ganas la gente, yo creo que está cansada de tantas restricciones», concluye. Y vuelve a mirar hacia la fila de personas que esperan su ración.

Mantener la esperanza

Unas calles más abajo, en el Bulevar Hernán Ruíz, el Caracoles Lozano II resistía la embestida de unas medidas de protección sanitaria -que han hecho mella en el sector- gracias a quienes, poco a poco, llegaban y se llevaban un plato a sus casas. El flamenco de la radio no le cantaba a nadie. A pesar de ello, «vamos a intentarlo», aseguró Pedro Lozano. «Si no inviertas, no luchas por tu negocio ahora... Este año hay que lucharlo», precisó. Uno de los principales problemas que detectó ayer fue el desconocimiento de las restricciones por parte de sus clientes, quienes se debatieron entre sentarse en la terraza o irse a sus casas a degustar desde la distancia el plato. Sin flamenco, sin gente, sin covid-19. En esta deriva, Pedro camina «con miedo», sobre la marcha, esperando a ver cómo evolucionan los días para tomar decisiones. Algunos posibles trabajadores esperan la llamada, pero ahora mismo son dos allí.

Pero, realmente, lo que Pedro no entiende es que sigan pagando unos impuestos como los que pagaban otros años. «Si me das el 50%, ¿cómo te voy a pagar el otro 50? Es injusto», denunciaba. Y llegó a la conclusión de que con ese 50% podría contratar «a otro muchacho».

En eso coincide Víctor Pastor, de Los Patos II, situado frente a la glorieta Ciudades Hiroshima y Nagasaki. En el puesto donde trabaja, las cosas no han ido tan mal. Sin embargo, «a estas horas un día normal de un viernes, en condiciones normales, esto está petado», afirmaba, mientras con la mirada imaginaba todas las mesas que podrían situarse en la terraza junto al parque de Los Patos y que podrían estar llenas en ese momento. «Dentro de lo que hay, ha ido bastante bien el día», explicó. Para el titular sugirió una palabra: «tirando».