Tiene 37 años y hace más de una década que convive con el VIH. «Me contagié en una noche de fiesta en Barcelona, durante los juegos previos hasta que se puso el condón, era italiano y no me dijo nada, quizás ni él lo sabía». Acostumbrado a hacerse la prueba periódicamente por precaución, tres meses más tarde supo que era positivo. «Fui a mi médico de cabecera para que me dijera qué hacer y no tenía ni idea del tema, me dijo que no me preocupara, que la esperanza de vida era de unos veinte años y yo tenía veintipocos, me quedé...», recuerda. Preocupado, acudió directamente al hospital, al área de Infecciosos, donde le informaron de los múltiples avances en el tratamiento del VIH. «Recuerdo que me dijeron que todo estaba controlado y que no me iba a morir por eso, por lo que vi que en Atención Primaria no tenían ni idea del tema».

Poco después de iniciar el tratamiento, Francisco negativizó el virus. «Eso significa que la carga viral es tan baja que aunque sigues estando infectado el virus es indetectable e instrasmisible, no puedo contagiar». Prueba de ello es que después de tres años de relación estable con su pareja, no seropositivo, y pese a mantener relaciones sin preservativo, la otra persona sigue limpia. «Existe además una profilaxis preexposición para estos casos», señala Francisco, «que aporta retrovirales a tu sangre y evita que el virus llegue a tu organismo».

Desde que inició el tratamiento, los fármacos han evolucionado constantemente. «Los retrovirales que yo usaba al principio me daban muchos problemas de sueño, ansiedad e irascibilidad, estuve con pesadillas durante años hasta que los cambiaron y pude volver a dormir bien», relata.

Con la enfermedad controlada, Francisco no suele decir a sus parejas esporádicas que tiene VIH. «Solo se lo he contado a quien fue mi novio durante años porque aunque no puedo contagiar hay mucho miedo y desconocimiento y desconfiarían si digo que soy seropositivo», afirma convencido. El problema, en su opinión, es la cantidad de gente que nunca se hace pruebas. «Dos de cada tres infectados no lo sabe y no tiene tratamiento, por lo que sí pueden transmitirlo a otros», comenta.

Para él, lo más duro del virus no es la enfermedad en sí, que en su caso nunca ha mostrado ningún síntoma, «sino el estigma social, la xenofobia, lo mismo que estamos viendo ahora en algunos infectados por covid lleva ocurriendo con nosotros desde hace años, no puedes hablar abiertamente del VIH como se habla de cualquier enfermedad crónica para la que hay un tratamiento», afirma, «el miedo y la desinformación es tan grande que mucha gente piense que si bebe agua de tu vaso o comparte unas patatas fritas contigo se lo puedes pegar». Tanto es así que a día de hoy ni siquiera sus padres saben que es seropositivo, de ahí que use un nombre ficticio. «Yo estoy bien, pero ellos lo llevarían muy mal, son mayores y no quiero darles ese disgusto».