Son más de doscientos y, aunque Cruz Roja ha puesto a su disposición cargadores para recuperar la batería de los móviles que traen consigo, o teléfonos donde contactar con los suyos, faltan medios. ¿Se han dado cuenta de que en Córdoba ya no quedan cabinas de teléfono operativas? Por eso, quien quiera ayudar a este grupo de inmigrantes lo tiene fácil. Solo tiene que dejarles hablar con su móvil. Muchos aún no han podido hacerlo y se muestran ansiosos por calmar a sus familias o hablar con los que saben que viven en España para informarles de que cumplieron su objetivo y que tienen intención de reunirse con ellos.

Es el caso de Mamadou. Ni siquiera sé si su nombre se escribe así. Mamadou tiene veinte años y llegó como el resto a bordo de una patera, después de un viaje "très difficile", eso lo repiten todos, "très difficile". Era de noche, todo estaba oscuro y doce personas se echaron al mar en busca de un futuro. Mamadou quiere "un trabajo", en su país de origen, Senegal, no lo tiene. "Trabajar mucho, ganar poco", se hace entender. La vida es muy dura al otro lado de Europa, eso queda claro al verlos. ¿Quién se echaría al mar dejando atrás a toda la familia si no?

Todos hablan francés, pero inglés y español, apenas unas palabras, así que la comunicación es especialmente infructuosa. Los traductores voluntarios de Cruz Roja no dan abasto en atenderlos, así que no tienen tiempo de hablar con los medios. Desde que amaneció, se ven en el entorno del pabellón a numerosos jóvenes, bien plantados, muy abrigados con la ropa que les ha proporcionado la oenegé, y que llevan puesta pese al calor de Córdoba. Viéndolos caminar por las calles, se les adivina cansados, pero resulta difícil creer que hace unos días se jugaron la vida en el Estrecho. Tal es la capacidad de recuperación del ser humano, que hoy ya son capaces de sonreír cuando el francés del Google comete algún error o la pronunciación del periodista es muy deficiente.

Entre los que están sentados en la puerta, viendo el revuelo de los medios de comunicación, se encuentra una mujer, madre de una niña de cinco años llamada Bettana. Me pide el móvil para contactar con un hermano que se encuentra fuera de España, en Italia. Se lo ofrezco y nada más escuchar la voz al otro lado abre una sonrisa blanca perfecta que deja ver su emoción. Le dice que está sana y salva, en una ciudad de España que no es capaz de nombrar y me pide que se lo cuente yo. Su hermano habla un poco de inglés pero agradece efusivamente saber que su hermana y su sobrina están a salvo. La mujer se tranquiliza y saca a su hija para que la conozca. Una niña bella de piel tizón, sonríe. El futuro es incierto, pero ahora existe para ellos, antes no.