La historia de Laura es la historia de una mujer a la que su marido quiso reducir a la nada, la historia de un hombre que, como tantos otros, creyó que el matrimonio le daba la llave en propiedad de una persona.

Se conocieron por internet. Ella viajó a España unas vacaciones y se enamoró. «Al cabo de unos meses, me pidió que nos casáramos», explica. No sabía que ese anillo estaba envenenado. Era el año 2001 y ella tenía 30 años. El día después de su boda, se enteró de que él había sido condenado por un juicio con su exmujer, pero él dijo que la acusación era falsa, que todo era mentira. Los primeros meses él se comportó como un caballero. «Era cariñoso y atento aunque un poco celoso», explica Laura, «y cuando discutía con su familia, se ponía muy agresivo, pero decía que en España era normal discutir a gritos». Poco tiempo después de dar el sí quiero se quedó embarazada. «Estaba de cuatro meses cuando él llegó disgustado del trabajo y tiró por el salón la comida, porque no le gustaba», recuerda, «luego me insultó y me dijo que no servía para nada» así que ella se levantó de la mesa y, llorando, salió corriendo. Él la siguió y la obligó a volver y a limpiar lo que había ensuciado. «Yo no tenía a nadie en Córdoba, así que fui a hablar con su familia al día siguiente para contarle lo que había pasado, me dijeron que él era así y que no lo provocara». Sin nadie a quien recurrir, decidió resignarse. Empezó a tenerle miedo. Desde ese día él se creció. «Cada vez se mostraba más dominante y yo agachaba la cabeza», explica, «tenía muchos cambios de humor, había días que era perfecto, y otros en que me insultaba sin parar, nunca me pedía perdón, decía que era culpa mía». Su segundo hijo llegó poco después. «Yo no quería más, pero y él insistía en que las cosas podían mejorar con otro niño, así que accedí». Nada cambió. En esa época, él empezó a tener problemas en el trabajo, le diagnosticaron una enfermedad mental y lo incapacitaron. «Según su psiquiatra, la enfermedad no era la causa de con su comportamiento hacia mí», explica Laura, pero él le decía: «Tengo papeles de loco, me puedo cargar a cualquiera».

Una mañana la despertó y le dijo que no se levantara. «Quiso tener relaciones, dijo que en su casa se hacía lo que él quería, que se había casado conmigo para tener una mujer en la cama, que cocinar y limpiar podía hacerlo cualquiera». Controlaba el tiempo que pasaba en el trabajo y llegó a instalar un localizador para comprobar dónde estaba en cada momento. «Entonces empezaron los celos, si estaba arreglada porque estaba arreglada, si me duchaba que para quién me duchaba..., para entonces ya dormíamos en camas separadas», comenta Laura con la voz entrecortada, «pero él venía a mi cuarto cuando quería algo porque le daba igual lo que yo quisiera». El día antes de huir de su casa, discutieron porque ella no accedía a sus deseos. En un momento dado, él le ofreció un vaso de agua. Laura rememora este capítulo entre lágrimas, que ya no cesarán hasta el final de la entrevista: «No sé lo que me echó, pero empecé a sentirme pesada, solo recuerdo que se puso de rodillas junto a mi cabeza y me dijo que me iba a enterar de lo que él quería». Se despertó con dolor de cabeza y con el pijama manchado. «Ya te he demostrado que tú harás lo que yo quiera». Ese mismo día, después de dejar a los niños en el colegio, cogió el dinero y las joyas que tenía y con un atillo de ropa se refugió en casa de una amiga. Su abogado presentó la demanda de divorcio días después, pero él la siguió rondando. «¿Cuándo vas a volver, si no eres nadie sin mí, hasta para comprar el papel con el que te limpias el culo me necesitas», le repetía al teléfono. Al ver que no volvía empezó a publicar en las redes que ella se acostaba con unos y con otros. Acosada y sola, pensó en volver a su país, pero solo es posible con el permiso de él. Si no perdería a sus hijos. Dejé de cogerle el teléfono y empezó a acosar a mi hijo hasta que no pude más y decidí denunciarlo.

El calvario de Laura no acabó con las medidas de protección que dictó el juez. El juicio está pendiente y el miedo sigue instalado en su cabeza. «Te dicen que debes denunciar pero ¿y luego qué, cómo salir adelante?, no tengo ánimo para nada, pero doy clases y estoy en un programa de Empleo de Cruz Roja, tengo que salir adelante como sea, pero si él ingresa en prisión nos quedaremos en la calle y si no entra, no estaremos seguros», explica Laura, con la cara llena de lágrimas, «no hay pruebas de lesiones, todo depende de mi testimonio y yo me muero si lo tengo que ver, estoy en tratamiento por ansiedad, solo saber que está cerca hace que te tiemblen las piernas y te duela el cuerpo entero».

«La vida junto a él me ha marcado de por vida, no soporto las voces altas, enseguida escondo la cabeza, no levanto la mirada del suelo y me pongo a temblar. Esta experiencia rompió algo dentro de mi que nunca se reparará. Solo espero volver a vivir tranquila».