Mari Cruz tiene 56 años y lleva toda la vida conviviendo con problema degenerativo (miopía, retina rota y mácula afectada) que ya le ha hecho perder más del 85% de la visión, pero que ella nunca consideró una discapacidad. De pequeña siempre llevaba gafas y cada año iban aumentando las dioptrías, lo que la limitaba sobre todo a la hora de practicar deportes. «No había lentillas blandas para mí en esa época y no me sentía cómoda con las gafas», explica, «y nunca me han dado de lado o se han reído por eso».

Siempre fue consciente de que iría perdiendo la visión poco a poco y eso le ha hecho afrontar las dificultades a las que se ha enfrentado con la mejor de las actitudes. Cuando tenía 20 años, le dijeron que algún día se quedaría ciega y que mientras tanto aprovechara el tiempo en el que iba a poder ver y eso hizo. «Sacarme la carrera me costó más trabajo que a mis compañeros porque yo no veía nada de lo que escribían en la pizarra y nunca dije que no veía, al acabar la clase pedía los apuntes y me buscaba la vida», recuerda, «en aquel momento, ni siquiera se me ocurrió pedir ayuda a la ONCE para adaptar la materia, yo no iba con un papelito diciendo que no veía».

Al acabar la carrera, montó un herbolario hasta que ahorró lo suficiente la farmacia que regenta en Villaviciosa de Córdoba. «Fue entonces cuando pedí ayuda a la ONCE para que me adaptaran el puesto de trabajo para poder manejarme y desde entonces, no paro, yo siempre pienso en lo que tengo, no en lo que no tengo, me habría gustado poder conducir, pero no pude y he buscado otras formas para moverme», explica, «hay gente que ni siquiera sabe que veo tan poco, creen que soy muy despistada».