Sami tiene 21 años, «bueno, el día 30 de este mes cumplo 22», aclara, y lleva en Córdoba nueve meses atendido como refugiado en el programa de inserción de Cruz Roja. «Salí de Irak cuando toda mi familia se había ido ya, yo no pude porque no tenía 18 años y no me daban visado», explica, «somos yazidistas, una religión que el Estado Islámico empezó a perseguir cuando entró en mi país, si no me hubiera ido, estaría muerto, con la cabeza cortada, como muchos otros yazidies». Huyó de su casa junto a otro hombre que le propuso una vía alternativa a cruzar Europa. «Me dijo que muchos de los que iban andando se morían en el camino, así que fuimos primero a Turquía y de allí viajé a Brasil para pedir asilo en Europa», explica, «así llegué a Madrid y luego a Córdoba, pasamos muchas cosas difíciles antes de llegar, es una larga historia». Quien le aconsejó tenía razón. Cuando el volumen de solicitudes de asilo de un país es muy elevado, según fuentes de Cruz Roja, el permiso de refugiado tarda más en llegar porque lo que se tiene en cuenta es el país desde el que llegan y no el país de procedencia. Sami explica su historia con mucho desparpajo y un español que, de momento, le sirve para hacerse entender. «Ahora estoy solo aquí, mis padres, mis hermanos están en Alemania, pero me quiero quedar, estoy contento, ya sé el idioma, puedo comunicarme y Cruz Roja me está ayudando a integrarme», afirma convencido. Superada la primera fase de atención, comparte un piso con otro joven refugiado de Palestina. «Cuando tuve que irme, estaba en Bachillerato, quería ser maestro y lo tuve que dejar», recuerda. Perseguido por su religión, en España se siente seguro. Como yazidista, solo puede casarse con alguien de su misma religión: «Es muy complicado porque en España no conozco a nadie más que yo, soy el único», comenta, aunque esa no es ahora su preocupación. «Lo importante es estar bien, estar tranquilo y libre».