La vida de los residuos no termina en el contenedor. En Sadeco resucitan para comenzar un ciclo de sostenibilidad. El primer paso comienza en casa, pero las plantas de reciclaje se sitúan al principio de una larga cadena. En el interior del complejo medioambiental de Sadeco en Córdoba, la empresa extiende sus tentáculos para realizar una compleja labor. Los residuos se almacenan en la playa de descarga para, posteriormente, ser procesados. Una pala empieza la cadena, transportándolos a la línea de reciclaje. Luego, mediante un trabajo manual, los profesionales retiran los productos voluminosos, que se separan en contenedores según el tipo de material.

«La labor de Sadeco es la de separar», explica Elena Aguirre, la responsable del complejo. Para ello, emplean maquinaria como cribas, para dividir en tamaño y material, una campana de extracción de film -uno de los materiales más abundantes- y diferentes separadores. Entre ellos, la responsable destaca, por su curiosidad, el óptico. Este artefacto, mediante un escáner, identifica los residuos y los separa soplando. Los reciclables son impulsados con aire; el resto, se queda abajo. Pero, a pesar de la alta tecnología con la que cuentan, Elena Aguirre resalta el factor humano. «Los trabajadores del complejo son fundamentales, ya que se encargan de asegurarse del correcto funcionamiento del proceso». Por último, cuando parece que se acerca el final, los residuos vuelven a pasar por un proceso de separación a través de la cinta de recirculación, donde se termina de perfeccionar la tarea.