Un rosal de pitiminí de color blanco-rosa de cuatro metros de alto por cuatro de ancho cuya variedad, inexistente en los registros oficiales, ha sido bautizada por el Jardín Botánico de Córdoba como Trueque, ha sido elegida este año planta singular. El rosal en cuestión se encuentra en uno de los frontales del patio de José Antonio y Virginia, en Barrionuevo 43, una casa que tras catorce años participando en el Concurso Municipal de Patios, se retiró del mismo hace nueve, y ahora vuelve con mucha fuerza.

José Antonio ha relatado la historia del rosal, que lleva más de veinte años floreciendo en su patio después de que, al poco tiempo de adquirir la casa, Virginia y él descubrieran un rosal de este tipo en la avenida de La Victoria, que ahora parece estar desaparecido, para adornar su casa. "En tiempo de poda, acudí y recogí un esqueje que plantamos en nuestro patio", ha explicado José Antonio, "y desde entonces no ha dejado de crecer". Tanto es así, que los años en que no han participado han tenido que podarlo bastante porque sus rosas, en ramillete, que solo florecen una vez al año, son todo un despliegue de pétalos cuando mueren.

La presidenta del Jardín Botánico, Amparo Pernichi, y la conservadora del mismo, Carmen Jiménez, han acudido hoy a este patio para hacer entrega del premio, que tiene un carácter simbólico y no cuenta con dotación económica. Según Jiménez, el nombre de Trueque ha sido elegido por el Jardín Botánico para nombrar este tipo de rosal porque existe uno igual en el Patio de Carmela, que actualmente alberga el centro de interpretación de los patios de Córdoba y que constituye una rareza no catalogada. El objetivo ahora es conservarla y registrarla oficialmente con este nombre.

Amparo Pernichi, con los dueños y cuidadores del patio. Detrás, el rosal. Foto: A.J. GONZÁLEZ

El origen del rosal de pitiminí, según la bióloga, es híbrido, como ocurre con la mayoría de los rosales, ha explicado, mezcla de rosas europeas, chinas y americanas. En concreto, el del patio Barrionuevo 43, es del grupo winchuriana.

La casa de José Antonio y Virginia, que nunca tuvo en su etapa anterior un premio más allá de menciones especiales o accésit, aunque cueste trabajo creerlo, está plagado de plantas singulares y cuenta además con un pozo moruno del siglo XVI del que la familia se surte para regar las plantas. Su hijo, José Antonio, ya es la segunda generación implicada en el cuidado y es un ejemplo del escaso relevo generacional que se produce en la fiesta. Con los dueños colaboran además algunos de los inquilinos que habitan las seis viviendas que la componen, lo que mantiene la esencia de la fiesta.