Esta semana me tocaba ir a ver el belén de Pablo García Baena. No sé si tocaba el «napolitano» o el popular, pero ambos tenían siempre detrás la alegría de saber que irían acompañados de la tertulia en el sofá turquesa de su casa junto a una copa de anís y esos exquisitos polvorones. Para muchos se habrá ido para siempre, pero para los que tuvimos la suerte de conocerlo de cerca siempre estará presente en un belén, en un patio de Córdoba, en el rumor de una fuente escondida, en el brillo de un retablo dorado, en el pelo negro del Cristo de Ánimas o en la mirada de su Virgen de los Dolores, a la que ya no podré contemplar sin acordarme de su eterna sonrisa.