NACE EN CARCABUEY (1938).

TRAYECTORIA: DOCTOR EN MEDICINA, HA SIMULTANEADO SU PROFESIÓN CON LA ASISTENCIA A LOS DISMINUIDOS PSÍQUICOS.

Es un cardiólogo enamorado de su profesión, pero se ve que el ejercicio de la medicina no bastaba para cubrir la preocupación social de Juan Pérez Marín. Así, mientras asistía a enfermos de Cabra y toda la comarca, descubrió las dramáticas carencias en que allá por los años sesenta vivían los entonces llamados "locos" o "tontos" y, tenaz y hábil negociador que es, se propuso dar un futuro laboral y social a los deficientes mentales. Así nacía la Asociación para la Promoción del Minusválido, Promi, a la sombra emprendedora de este hombre con algo de visionario que ahora nos recibe en el centro privado de Formación Profesional que lleva su nombre, situado en el Parque Tecnológico de Rabanales, una vez acabadas las clases que imparte sobre discapacidad en el ciclo superior de Inserción Social.

--Ahora está estrenando una nueva etapa como presidente de honor. ¿Cómo la afronta?

--Cedimos la presidencia el pasado mes de noviembre porque alguna vez hay que soltar el mando para que el futuro recoja el testigo y siga funcionando la fundación como tiene que funcionar.

--Como ocurre en las empresas familiares, ha sido su hijo el que lo ha sustituido en el cargo.

--Sí, mi hijo Juan Antonio. Pero Promi no es una empresa familiar. Ha sido una realidad social desde que en 1964 la pusimos en marcha junto con la Asociación de Cabezas de Familia de Cabra. Es una fundación sin fin de lucro nacida en 1998 después de un recorrido muy eficaz de la asociación. Esta transmitió todo el patrimonio a la fundación, que está regida por un montón de patronos, gente totalmente ajena a mi familia. Mi hijo es el presidente sencillamente porque lo ha votado el patronato.

--¿Cómo es que sigue dando clases a los 73 años? ¿No piensa jubilarse?

--Yo es que soy partidario del envejecimiento activo, que activa el cerebro y el cuerpo. Sentarse en el sofá reduce la calidad de vida y los años. Por eso me sigo dedicando a la docencia y la investigación. Hay que fabricar más doctores y especializar a gente joven. Desde que la medicina desentraña la realidad cerebral el tema de la discapacidad está cambiando de una manera espectacular.

--¿En qué sentido?

--En todos los sentidos. Los médicos llamábamos "raras" a muchas enfermedades porque no sabíamos su diagnóstico. Ahora se les está poniendo nombre gracias a la investigación sobre células madre y células espejo del cerebro, que nos muestran los errores del pasado.

--Puestos a cambiar, hasta han cambiado los términos para designar a los afectados. Ahora nadie se atrevería a llamar "subnormal" a un deficiente mental, ni siquiera lo llamaría "minusválido".

--Tampoco debiera decirse "deficiente mental", porque todos tenemos alguna limitación. Verá, lo más importante que creo que hemos hecho desde que empezamos en tiempos de Franco es que hemos normalizado la vida del subnormal de entonces, que estaba encerrado en su casa y era una vergüenza para sus padres y para la sociedad. Nosotros patentamos la normalización en toda Europa. Cerramos todos los manicomios de Andalucía, todos. Y nos dimos cuenta de que tenían poco de deficientes mentales, que eran patologías generadas por la institucionalización. Mucha gente no tenía que haber entrado nunca en un manicomio, y cuando les dimos un trabajo descubrimos sus grandes posibilidades.

Tantas que, en sus mejores tiempos, Promi llegó a tener más de 3.000 trabajadores con deficiencia mental. Y lo que a comienzos de los años setenta había empezado a andar con las primeras unidades de educación especial y unos talleres de educación para el empleo en el centro egabrense Niño Jesús de Termens, financiadas por el Ministerio de Educación y Ciencia, fue incorporando sucesivamente un matadero de aves en la localidad jienense de Alcalá la Real, una veintena de granjas de ceba de pollos en toda Andalucía y, arrancando los noventa, un complejo industrial de la madera que sustituyó al agrícola cuando este cayó en picado "ante el dominio de las multinacionales". "Hasta que nació Promi la medicación del deficiente mental era el encierro --denuncia--. Llegó un momento en que a mí me pusieron trabas para sacarlos del manicomio porque estábamos creando paro en los médicos psi

quiatras y en los cuidadores de los manicomios que se cerraban. Y creamos muchas empresas a favor de la discapacidad".

--¿Por qué se creó Promi en Cabra y no en otro sitio?

--Porque lo inventé yo y yo estaba allí de médico, haciendo servicios a domicilio. Toda mi vida he sido médico y cardiólogo en Cabra. Fui concejal de Sanidad cuando no existía ni siquiera ambulatorio y promoví la creación del hospital. En 1966 presenté al ministerio el estudio de sanidad de la comarca donde se veía claramente esa necesidad. Antes de ese hospital había hecho yo otro municipal en la calle San Marín, en el local del antiguo Instituto Nacional de Previsión, que se abandonó, y aproveché el espacio para crear 18 camas. No podíamos permitir que se muriera la gente en el camino, teníamos que intervenir sin anestesistas. Fue una etapa heroica.

--Supongo que en aquella cruzada tendría como aliados al ministro Solís, siempre volcado en su pueblo, y al doctor Carlos Zurita, marido de la Infanta Margarita, que vino a inaugurar, ya en los ochenta, el hospital que lleva su nombre.

--Yo le compré la clínica al doctor Zurita, padre del cuñado del Rey, que era especialista de pulmón y corazón, una personalidad médica que tiene dedicada una calle en Cabra. Tuve mucha relación con la familia, aparte de que Solís estaba empeñado en que viniera alguien de la Casa Real. El hospital salió gracias a Solís y al director general de Sanidad, García Orcóyiz, junto con la presión mía y de la Alcaldía, pero costó.

--Porque también Lucena aspiraba a un hospital comarcal, ¿no fue así?

--Lucena era un pueblo muy potente y estaba allí. Si de Cabra a Lucena se tarda cinco minutos está claro que el hospital es de todos. Afortunadamente se creó, pero yo tuve problemas políticos como concejal delegado de Sanidad. Había que descalificar a Cabra y el estudio que se había hecho, firmado por todos los alcaldes de la comarca. Luego me quisieron hacer director y dije que no, porque me hubiera sido imposible compatibilizar esa tarea con lo que ya estaba gestando.

Y es que este hombre que habla despacio y en tono bajo, que siempre se ha conducido con tranquilidad pero con firmeza, por aquel entonces libraba dos batallas a la vez: la de conseguir un hospital público y otra en cierta forma más personal, la de buscar un futuro digno a seres humanos que veía tratados como si no lo fueran en sus visitas domiciliarias. "A medida que veía necesidades planteaba soluciones --argumenta--. Yo iba a las casas de toda la comarca y veía deficientes mentales metidos en las cochiqueras de los cerdos, o amarrados a una cama esperando a que sus padres volvieran del mercado. Y he visto psiquiátricos lamentables, en Córdoba, en España y en Europa".

--Lo que me extraña es que, dada su inclinación hacia estos enfermos, se hiciera usted cardiólogo y no psiquiatra.

--Las cardiopatías congénitas tienen mucho que ver con la deficiencia mental. Todo eso lo estudié, y cuando encendí la llama de que había que resolverlo se dio en Cabra la circunstancia de que el colegio de la Fundación Termens, de la vizcondesa de Termens, dirigido por las Hijas de la Caridad, tenía pocas matrículas. Aproveché la oportunidad de que el alcalde, Eduardo Rueda Nogueras, era hermano de la directora del colegio y convencimos a la comunidad para que se crease allí un centro de educación especial. Conseguimos una de las primeras subvenciones que dio Adolfo Suárez. Allí hay setenta y tantos chavales con deficiencia mental estudiando y eso lo hizo la Asociación de Cabezas de Familia, que luego pasó a ser Promi.

--¿Contó con el apoyo de Cabra desde el primer momento?

--Tuvimos el apoyo del alcalde, y el de José María Cirarda, entonces obispo de Córdoba, que nos dejó el terreno donde hoy está Promi. Y con el apoyo de Cabra, que hoy es una ciudad sin estigmas, se hizo el Centro de Educación Especial con tecnología para sordomudos. Pero fue una lucha titánica de mucho ir a Madrid y venir. Nos costó tres años llenarlo, porque teníamos que ir casa por casa convenciendo a las familias para que dejasen estudiar a su niño. Ha habido que superar muchas trabas. Yo recuerdo con alegría cuando el ministro Maravall en 1985 autorizó por fin que los deficientes mentales entrasen en las escuelas de todos y eso nació en Cabra. Lue

go el Gobierno me mandó a representar a España en la Comisión Europea para el tema de la discapacidad y pude comprobar que lo que hacíamos nosotros era único. La prueba es que han venido a hacer seminarios suecos, finlandeses, griegos...

--Y después vino la segunda parte, la de proporcionarles un medio propio de vida. ¿Cómo lo resolvieron?

--Era prioritario. No se puede hacer nada en promoción humana si no hay una ocupación adecuada, la ociosidad no fabrica la humanidad. Había que sacarlos de su encierro, diagnosticarlos y darles la dieta adecuada, sobre todo de afectividad, de la autoestima personal. Promi vació los ocho hospitales psiquiátricos de Andalucía y acogimos a todos los enfermos. Y resultó que ninguno estaba loco.

--¿Tenían capacidad para recibir a tantas personas?

--La inventábamos. A los que íbamos promocionando les buscábamos pisos tutelados con cuidadores, hasta que se quedaron sin clientela los manicomios. Creé la Federación Andaluza pro Deficientes Mentales y empezamos a buscar soluciones para cada pueblo. Qué duda cabe de que me sirvió de mucho la carrera de Medicina. Me llamaban Castilla del Pino y otros psiquiatras para que les explicara mi revolución de la psiquiatría. Pero iba a los psiquiátricos y no me dejaban entrar, como sabían a lo que iba...

--¿De qué se nutría un proyecto tan ambicioso? ¿Quién ponía el dinero?

--Promi nació acudiendo al grupo Jarcha y su Libertad sin ira y a todos los revolucionarios de aquella etapa preconstituyente: Víctor Manuel, Ana Belén, Sabina... Los llamaba, organizaba una cena y con esos dineros funcionábamos.

--Con esos antecedentes, le encantará la canción 'Solo pienso en ti' de Víctor Manuel...

--Claro. Es socio de honor nuestro y sigue viniendo cada dos por tres. Víctor Manuel fue quien abrió la puerta al matrimonio de los deficientes mentales. Yo estuve en Madrid con Cirarda y con Tarancón para, como cristiano que soy, decirles que los tontos también tenían derecho a casarse y que me dieran el permiso eclesiástico. No se puede imaginar lo que tuve que pasar, la gente me veía como a un bicho raro. Llegaba con un grupo de deficientes a los bares y nos echaban. Hoy llegan con su dinero, que para eso lo ganan, y piden su cubata. ¿Sabe lo que tuve que hacer para que no se me descompensaran los paralíticos cerebrales? Pues decir en los bares que en vez de echarles ginebra rellenaran con agua las botellas.

Como se ve, Juan Pérez Marín tiene soluciones para todo. Y atrevimiento. Siendo estudiante de Medicina se coló en un psiquiátrico haciéndose pasar por loco para enterarse de lo que allí se cocía. Y eso que, insiste él, antes que la mente siempre prefirió curar el corazón. "Lo que mueve el mundo es la afectividad --asegura--, y la afectividad tiene mucho que ver con el corazón".

--¿De niño era tan imaginativo como lo fue luego?

--Tuve la suerte de tener una familia muy solidaria. Mi padre vendía telas y tenía una finquita en Carcabuey, donde yo nací. Gracias a una tía nuestra que vivía en Cádiz estudiamos mi hermano Antonio, el mayor de los seis, y yo en el mejor colegio gaditano, San Felipe Neri. Allí estuve desde los seis años.

--Entonces tendrá pocos recuerdos de Carcabuey.

--Volvía poco, no podía costear el viaje. Yo tocaba la bandurria con los Hermanos de la Aurora y tenía mucha relación con los gitanos, los pobres eran mis amigos, era muy rebelde respecto a los ricos. Vivíamos en una buena casa de la calle Santa Ana. Y con 14 o 15 años aprovechaba los veranos a tope, era cuando me hartaba de comer, porque en Cádiz subsistíamos con las cartillas de racionamiento.

--Y en Cádiz fue donde estudió Medicina, ¿no?

--Sí, no sé por qué me gustaba, porque en mi familia no había médicos. Acabé la carrera y me fui a la clínica García Díaz de Madrid. Estando en el equipo de anestesia presencié el primer trasplante de corazón en España, que lo hizo el marqués de Villaverde por ser el yerno de Franco. No estaba preparado, el paciente le duró 15 minutos. De Madrid volví a mi pueblo como médico de empresa pluriempleado.

--Hasta que dio el salto a Cabra y montó su "revolución".

--Mi revolución ha sido trabajar mucho por una sociedad mejor. Primero estuve en Priego y luego Cabra, que era un pueblo al que había que ir para ponerse bueno, allí estaban los médicos mejores y yo quería estar entre ellos. Me casé con una egabrense, y en Cabra sigo. Es un pueblo que aún vive de las rentas del instituto Aguilar y Eslava, un pueblo visitado durante muchísimo tiempo por bachilleres de toda la comarca, muy culto, un pueblo hortelano que no necesitaba nada de fuera. Hoy sigue habiendo mucha calidad de vida. Y por lo que a mí toca, estoy satisfecho con lo hecho, y eso no es fácil decirlo a mi edad.