«Si hay algo que los jóvenes deben entender es que el porno no tiene nada que ver con el sexo real». Quizás esa sea la primera lección que el médico y sexólogo cordobés José Luis Castillo enseñaría a los adolescentes cuya principal fuente de conocimiento sobre su sexualidad es la pornografía. Un estudio de Save The Children señala que seis de cada diez menores han tenido acceso a algún tipo de pornografía y que la edad media en que empiezan a consumir estos contenidos está entre los 9 y los 11 años, muchas veces de forma casual mientras navegan en el móvil que recibieron por su cumpleaños.

La guía para padres Tenemos que hablar de porno, elaborada por esta entidad, explica que generalmente se trata de «exposición» a la pornografía o a material sexualmente explícito más que de «búsqueda» deliberada a estas edades, en las que no es recomendable, según Castillo, «porque los menores no tienen la madurez cognitiva suficiente para comprender lo que están viendo».

Este experto, doctor en Publicidad y Sexualidad, ya ha incluido en el máster que imparte en la Universidad «un apartado sobre pornografía para que los futuros sexólogos sepan cómo decodificar el discurso pornográfico, igual que se hace en la publicidad, un discurso muy machista, salvaje y agresivo que está haciendo mucho daño a los chavales». El problema es que muchos menores y adolescentes «manejan las tecnologías mejor que sus padres, que tienen una formación más precaria, y el bombardeo pornográfico es tremendo, con un tipo de porno que para nada es cuidadoso o respetuoso».

El desconocimiento es tan grande que, según las encuestas realizadas, el 75% de los padres niegan que sus hijos hayan estado expuestos a contenido pornográfico en internet. Eso creen las familias, aunque más de la mitad confiesa a un estudio de Platanomelon que se sienten incómodas hablando de sexo con sus hijos. La sexóloga cordobesa Carmen Jurado coincide en que «la falta de educación sexual reglada ha dado a la pornografía un papel preferente y aunque cada vez hay más madres y padres que hablan de sexualidad con los hijos y lo hacen con buena voluntad, no siempre tienen los conocimientos necesarios». En su opinión, «la pornografía no es mala por si misma, tiene su lugar, pero no es la realidad, es fantasía, como el cine de ciencia ficción».

En plena era de la información aún no se habla de sexo con naturalidad y conocimiento, por lo que la información se canaliza inevitablemente por al canal menos apropiado. «Se siguen lanzando mensajes de que el sexo es algo malo aunque ya no sea tan tabú como en el pasado», según Castillo. El rechazo de muchos padres a incorporar en las aulas la educación sexual es un error que además se basa en una idea desfasada: «Está más que demostrado en estudios de la OMS que hablar de sexo con los menores no despierta precozmente el deseo sexual, es un miedo infundado basado en la ignorancia», señala, «el problema está en entender la sexualidad como sinónimo de genitales o de prácticas sexuales, porque abarca mucho más y es una condición inherente al ser humano».

Pero entonces, ¿a qué edad hay sacar el tema? Según la guía de padres de Save the children, la respuesta es que «nunca es tarde para hacerlo». No hay una edad adecuada. «Cada día pueden surgir oportunidades para explicar a los hijos pequeños aspectos de la sexualidad (como de dónde vienen los niños o por qué hay diferencias entre hombres y mujeres)», señala, «a veces no se contesta a las preguntas porque es más cómodo, no tenemos recursos o pensamos que no lo van a entender, pero el silencio ante sus dudas también es educación sexual, aunque menos eficaz».

El riesgo de no ofrecer una educación sexual de calidad a los menores y adolescentes, según Qustodio, plataforma de seguridad y bienestar digital para familias, es el aumento de las prácticas sexuales de riesgo y la perpetuación de estereotipos de género y patrones de desigualdad en las relaciones. «Exponerse a la pornografía a tan temprana edad afecta a los menores tanto en su forma de comportarse y relacionarse con los demás como en su forma de pensar», lo que lleva a muchas jóvenes a aceptar prácticas sexuales sin consentimiento o reflexión. Muchos jóvenes formados en esta cultura admiten, según Castillo, que «el porno es agresivo, pero a la vez imitan ciertos patrones aprendidos, ya que lo que les llega es tan potente que acaba calando». La adicción a la pornografía puede generar además «cambios en las conductas sexuales, aumentando la violencia, exigencia, cosificación de las mujeres y despersonalización», señalan.