José Rebollo era una persona extraordinaria, que deja en todos los que lo hemos conocido y nos hemos beneficiado de su amistad una impronta inolvidable. Sus valores personales, su profunda religiosidad, su bondad, su amabilidad, su sentido del humor inigualable permanecerán siempre en nuestra memoria.

Como abogado, Pepe Rebollo se distinguía por la cortesía en las formas, por el hablar tranquilo, por la mesura en el discurso y en suma, como base o consecuencia de todo eso, por la buena educación. Huía de la imagen del abogado pendenciero, rábula, con afán de protagonismo y que piensa más en él que en su cliente. Su presencia siempre era discreta, no se daba importancia, pensaba que era mejor callar a tiempo que hablar de más y sabía que el protagonista no era él, aunque a veces su brillantez se impusiera en la sala, sino la persona que había puesto en sus manos su libertad, su honor o su patrimonio.

Para siempre nos quedará esa imagen de caballero «tintinesco», tan querida para él, una especie de profesor Tornasol togado que, bajo una cierta apariencia de despiste existencial, guardaba una sabiduría profunda, unas certezas éticas inamovibles y un respeto hacia los demás que no declinaba en ningún momento.