Ayudarles a comunicarse y a gestionar sus emociones. Ese es el objetivo fundamental del nuevo programa piloto del Instituto Provincial de Políticas Sociales, que introduce a los perros como herramienta terapéutica para reconducir a chavales con problemas de abuso de sustancias, agresividad incipiente , conductas disruptivas... y mejorar sus habilidades sociales para relacionarse con el mundo, que a menudo les parece hostil.

La película de Sánchez Arévalo Diecisiete podría servir de guía sobre los objetivos que persigue este programa, en el que de momento participan 16 menores.

Según Manuel Cazalla, educador social del IPBS, los chavales integrados en esta novedosa terapia en la provincia vienen derivados por los equipos de orientación educativa de institutos, por Servicios Sociales a petición de las familias o porque tienen expedientes de reforma por un delito y están obligados a asistir a este tipo de talleres. A menudo, el principal problema al que se enfrentan es el efecto nocivo que provoca en su comportamiento el consumo abusivo de las nuevas tecnologías, el juego o sustancias como el cannabis, detrás de lo cual suele haber cuestiones que salen a la luz en estas sesiones. Cazalla insiste en que a su edad «no son adictos», pero sí tienen una relación problemática con sustancias que les pueden derivar en una adicción si no se actúa.

Para llevar a cabo esta iniciativa, el IPBS cuenta con la ayuda de la empresa Perruneando, especialista en utilizar a los perros, previamente adiestrados, como facilitadores de habilidades sociales en ámbitos como la pediatría, la oncología, las residencias de gravemente afectados o de mayores. Según David Ordóñez, coordinador de Perruneando, «introducir al perro como mediador sirve para trabajar la gestión emocional de los menores, el control de impulsos, la empatía». Es un elemento que les sirve para socializar de una forma sana «y mejorar su autocontrol a la hora de tomar decisiones». A esas edades, los chavales necesitan «no sentirse juzgados», lo que consiguen con los perros, al igual que acariciarlos o jugar con ellos puede ser un estímulo para generar emociones positivas en un contexto de pandemia en el que el contacto físico con los iguales está vetado.

La presencia del perro genera además un vínculo emocional que mantiene el interés por las sesiones y les lleva a no abandonar antes de tiempo.

Según Carlos Sánchez, uno de los psicólogos que trabajan directamente con los menores, en las sesiones, lanzan preguntas del tipo «¿Cuándo nos sentimos enfadados? ¿Tenemos derecho a sentirnos enfadados?», a partir de las cuales buscan la comunicación entre ellos para expresar qué les provoca la rabia, la tristeza, el enfado... En ese contexto, el perro lo que hace es facilitar la participación en la intervención grupal». Los educadores también les enseñan algunos secretos sobre cómo adiestrar a los perros, que les pueden ayudar si adoptan uno y se hacen responsables de su cuidado.

Este proyecto tiene un carácter bidireccional. Por un lado, se vale del perro para la inclusión social de los menores y, por otro, promociona la adopción de canes por parte de las familias. «Nos gustaría crear en Córdoba un centro para estas adopciones de ámbito provincial», explica Francisco Javier Sánchez, presidente del IPBS, «actualmente, todos los animales que se recogen en la provincia se llevan a Lucena, pero nuestro objetivo es abrir otro en la capital», señala, «ya que son muchos los animales abandonados».