Pocas veces estarán más de acuerdo creyentes y no creyentes en torno a los méritos de una persona como con el religioso Pedro Manuel Salado de Alba, gaditano de nacimiento y cordobés de adopción, que, destinado a Ecuador por su congregación del Hogar de Nazaret, murió en el 2012 exhausto tras salvar a 7 niños en una playa de Atacames. Para todos es un héroe. Y para los cristianos, además, «humilde, sencillo, muy religioso y con una gran fe a María», como define el hermano Manuel Jiménez, con el que convivió largos años en la sede fundacional de la congregación, en Córdoba. Pero además, la Iglesia quiere que sea beato.

De hecho, Pedro Manuel Salado es la primera beatificación en Córdoba en postularse bajo la figura de ofrecimiento de vida, una nueva forma de acceder a los altares instaurada en el 2017 por el Papa Francisco que reconoce la ejemplaridad para la Iglesia Universal de los que han dado su vida por otros como sublime gesto de amor, resumía ayer, poco antes de empezar el acto formal, Miguel Varona, postulador de la causa de beatificación. Y lo de formal no es un mero adjetivo. Para el no iniciado asombran las formas y espíritu jurídico (de Derecho Canónico, por supuesto) que tiene un proceso religioso de este tipo. De entrada, ayer se constituyó el tribunal haciendo público sus componentes: el delegado episcopal (a manera de juez en el derecho ordinario), el promotor de Justicia (sería el secretario), el notario eclesiástico... Un acto serio y riguroso. Aunque también era un día de alegría para los hermanos del Hogar de Nazaret. Y el obispo, Demetrio Fernández, así lo entendía cuando al acabar el acto formal dedicó unas cariñosísimas palabras a la madre del religioso e hizo que se acercara a la mesa del tribunal Siria, llegada desde Ecuador, una de los pequeños que salvó Salado. A un lado, presidiendo el acto, una gran fotografía del religioso con una sonrisa que parecía decirlo todo.