El Ateneo de Córdoba nació en el último tercio del siglo XIX, una época en la que se consolidan círculos literarios, culturales y científicos en todo el país. Tuvo una primera etapa efímera y desapareció hasta los primeros años de la década de los 30 del pasado siglo, pero cesó su actividad con la Guerra Civil, en 1936, y no será hasta principios de los 80 cuando un grupo de jóvenes del barrio Guadalquivir sembrarán el germen del actual Ateneo de Córdoba.

Antonio Perea fue uno de los responsables de aquella aventura. Tras encabezar el movimiento ciudadano para que se entregaran las viviendas construidas en la zona, se convirtió en el primer presidente de la Asociación de Vecinos Amargacena, aunque tuvo que dimitir después de que el colectivo declara al por entonces alcalde de Córdoba, Julio Anguita, persona «non grata» por considerar que no atendía las demandas vecinales.

Junto a esta asociación creó, además, el Colectivo Infantil Amargacena, que más tarde pasaría a llamarse La Fiambrera, y el Colectivo Juvenil Acracia: juntos fundarían el Ateneo Casablanca, al que se incorporó el Aula Juan Bernier de Poesía, en la que participaban otros poetas como Juana Castro o Carlos Clementson. Años más tarde, y tras la disolución de estos colectivos, nacía el Ateneo de Córdoba con algunos de los miembros que trabajaron codo a codo con los jóvenes y con el propio Perea, que ocupó la presidencia de la asociación durante 22 años.

Antonio Perea recuerda con nostalgia que entre las primeras actividades que realizaron las asociaciones juveniles fue plantar muchos de los árboles que hoy siguen en pie en el barrio Guadalquivir. Junto a ello, el Ateneo Casablanca llevó una intensa actividad cultural, como el montaje de las obras de teatro que los pequeños representaron por la provincia durante varios años.