David es un niño de tres años y medio escolarizado en primero de Infantil en el colegio Noreña de la capital cordobesa. «Cuando entró en el colegio empezó con problemas de conducta, empujaba, pegaba a los niños... un comportamiento que no había tenido antes ni en casa ni en la guardería, no socializaba con otros niños y en principio pensamos que era autista», cuenta su madre, Rocío Bueno. Explica que «el primer día me dijo la profesora que el niño pegaba, que se comía la plastilina, los papeles, yo me quedé sorprendida». Comenzó entonces un proceso para encontrar un diagnóstico, que en principio han valorado de hiperactivo y retraso madurativo.

«La orientadora nos dijo que intelectualmente no estaba para estar en un C (aula específica) y sí integrado en el aula ordinaria con refuerzo», explica Rocío, pero la profesora «no tenía recursos, no podía con 25 niños y 4 con necesidades especiales». Pasaban las semanas y no hacían nada «y un día vi lo que hacía mi hijo en el recreo, que se comía todo, se agobiaba y metía las manos en el váter y temí que iba a coger una infección». Y efectivamente así fue, el niño estuvo ingresado dos días por diarreas y unas deposiciones en las que encontraron desde chinos a pedacitos de madera. Rocío puso el caso en manos de la Delegación de Educación cuya respuesta ha sido, comenta, el escolarizarlo en el aula específica, donde está más controlado. «Hemos sacrificado que esté en un aula ordinaria por su seguridad sin que lo necesite, pero sabemos que si no, nadie va a estar pendiente de él», dice la madre, que entiende que «la Delegación se ha quitado así el problema de encima, es más fácil para ellos».

En este colegio, hay 12 reclamaciones presentadas por los padres por falta de recursos para educación especial, pese al esfuerzo del profesorado.