Si una odisea es, según la Real Academia de la Lengua, «un viaje largo, en el que abundan las aventuras adversas y favorables al viajero», la que vivieron unas 20.000 familias de Córdoba en el siglo IX fue desde luego digna de ser glosada por el poeta Homero. Todo comenzó, como ocurre en muchas revoluciones, con un pueblo cansado de ser oprimido por los impuestos y los deseos de un dirigente cruel y despótico. En el arrabal de Shaqunda de Córdoba, lo que ahora conocemos como Miraflores, los vecinos se revolvían ante la injusticia que los condenaba a la indigencia mientras el emir Al-Hakem I derrochaba lo obtenido en medios para seguir oprimiendo a la población, cuenta la escritora Carmen Panadero en el libro Los andaluces fundadores del emirato de Creta.

Esta obra, por cierto, ha estado en el origen de la jornada internacional celebrada hace unos días en la capital cordobesa para conmemorar el 1.200 aniversario de aquellos hechos, en la que han participado expertos de varios países. José Esquina, un miembro del colectivo Prometeo lo leyó, le pareció «una historia apasionante» y llevó a su colectivo la idea de recuperar esta historia para que todos los cordobeses conocieran las hazañas de sus antepasados, según han explicado a este diario Antonio Pintor y José Verdejo, dos de los promotores iniciales del encuentro, que ha contado con el apoyo del Ayuntamiento, la Diputación y la Universidad de Córdoba, entre otras instituciones y entidades.

Pero volvamos al año 818 y al arrabal de Shaqunda, ya que el descontento de aquellos vecinos ante la dureza de las nuevas tasas impuestas por Al-Hakem fue el inicio de la gran odisea de los cordobeses. Aunque seguro que también influyeron la arrogancia y la crueldad de la guardia personal del emir, a la que los ciudadanos llamaban los mudos porque eran mayoritariamente extranjeros y solo se entendían con la población con señas.

Se produjeron muchos disturbios siempre duramente reprimidos, pero en uno de ellos la mecha prendió cuando Al-Hakem volvía a la ciudad después de una jornada de caza y, según algunas fuentes, la tensión fue tanta que además de insultos y abucheos la comitiva recibió alguna pedrada. Una multitud vociferante persiguió al cortejo hasta la entrada del Puente Romano, «al que tenían por límite de sus dominios», explica Carmen Panadero, y allí se quedaron desafiantes.

La represión del emir no se hizo esperar y crucificó a diez jóvenes apresados en los disturbios. Y eso fue lo que desató realmente toda la cólera del pueblo y comenzó un motín que se prolongó durante tres días y en el que participaron hombres, mujeres y hasta niños. Panadero cuenta, atendiendo a las fuentes histórica, que el pueblo se alzó y acosó el alcázar omeya con todo lo que tenían a mano: «cuchillos, hachas, sartenes, badilas, palos, herramientas...»

Al-Hakem I estuvo realmente en peligro de ser linchado por la multitud y tuvo que emplear todas sus fuerzas para sofocar el motín. Tras los enfrentamientos, la represión fue brutal y se podría resumir en unos 2.000 ejecutados (300 de ellos crucificados), el destierro de más de 20.000 familias de Córdoba y la destrucción total del arrabal, que fue incendiado, demolido y después roturado y sembrado.

El destierro

Y entonces aquellas 20.000 familias (se considera que una familia tipo de aquel momento en Córdoba tenía unos seis miembros) se lanzan a un viaje por mar que comienza en el puerto de Almería, según explica Vasilios Christides, profesor de la Universidad de Columbia y Ioannina de Grecia y director del Institute por Graeco-Oriental and African Studies. Christides es posiblemente la máxima autoridad mundial en conocimiento de la historia de los cordobeses que fundaron el emirato de Creta y lleva años dando conferencias por todo el mundo sobre estos hechos históricos. Los organizadores afirman que se emocionó cuando le llamaron precisamente desde Córdoba para que impartiera la conferencia magistral de la jornada.

En su intervención, el profesor destacaba que «no eran piratas, como han dicho algunos autores, venían de buenas familias andaluzas. Seguramente ellos compraron los primeros barcos con los que salieron del puerto de Almería y se trasladaron hasta el sur del mar Egeo».

Por cierto que quien lideraba a los proscritos del arrabal era Abú Hafs al-Balluti, un cordobés nacido en Bitrawj, el nombre árabe del municipio de Pedroche. Fuentes históricas apuntan a que fue elegido por la comunidad para ser su caudillo y lo fue durante mucho tiempo por decisión de los cordobeses exiliados.

Una parte de este pueblo se detuvo en Marruecos y se asentó en Fez. «Seguramente era un grupo pequeño, de unas 7.000 a 10.000 personas». Este «pequeño grupo» al que alude el profesor Christides fue decisivo en la fundación de la ciudad de Fez y extendió su influencia por todo el país, afirma el profesor de la Universidad de Salamanca Rachid el Hour Amro. El experto marroquí destaca que «Fez es una ciudad muy importante en Marruecos, sin duda es un referente indiscutible de la identidad marroquí, y los andalusíes han tenido mucho que ver en que llegara a ser lo que es».

El resto de los cordobeses expatriados, unos 15.000 según Vasilios Christides, continuaron su periplo por mar pasando por Sicilia hasta la ciudad egipcia de Alejandría. Cuando llegaron allí la situación era muy confusa debido a distintos conflictos internos en la ciudad, pero, tras unos días en las afueras de la ciudad, «los egipcios les permitieron entrar y poco a poco ocuparon Alejandría», donde permanecieron tres años en los que Abú Hafs al-Balluti gobernó la ciudad como presidente de la república de Alejandría, que se independizó de Egipto en una de las batallas que asolaban esas tierras.

Los cordobeses creían haber encontrado su destino, su hogar definitivo, en aquella ciudad que ya no poseía su mítica biblioteca pero en la que aún se levantaba el grandioso Faro de Alejandría, una de las siete maravillas del mundo antiguo.

Un nuevo destino

Pero les duró poco la alegría. Aquellos expatriados del arrabal consiguieron gobernar la ciudad durante unos seis años hasta que llegó un poderoso ejército abbasida al mando del general Abdallah ben Tahir con la misión de pacificar y recobrar el control de Egipto. Tras unas cuantas batallas perdidas por los cordobeses y un asedio de la ciudad que se alargaba, Abu Hafs al-Balluti envió una delegación al general ofreciendo la capitulación de la plaza siempre que se respetara la vida de su pueblo. El general les ofreció el perdón pero a cambio del destierro. Según Christides el general ofreció barcos a los cordobeses «para que se marcharan donde quisieran, siempre que no fuera un país islámico». El mismo general sugirió Creta como destino. Y allí llegaron en torno al año 826, arrebataron la isla al poderoso imperio de Bizancio, conquistaron también numerosas islas de menor tamaño y fundaron un emirato cordobés que perduró unos 150 años.

Y precisamente esa parte de la historia era la menos conocida hasta ahora, ya que Bizancio siempre quiso desprestigiar a aquellos andaluces aguerridos afirmando que eran meros piratas. Pero lo cierto es que ellos «aclimataron a la isla cultivos que no le eran propios como la caña de azúcar, el algodón o el lino; acrecentaron las plantaciones de olivos, de morera, introdujeron la cría del gusano de seda. Explotaron sus minas, que estaban completamente abandonadas. Había minas de oro y las explotaron para acuñar sus dinares, para su industria joyera, y, según el profesor Christides, la calidad de esas monedas nos habla de la maestría de estos cordobeses en el trabajo en el metal y también nos habla de la fortaleza financiera que tenía el emirato desde sus inicios», explicaba Carmen Panadero en su intervención en la jornada internacional.

Casi un siglo y medio después, Bizancio consiguió reconquistar la isla de Creta y algunos miles de esos cordobeses volvieron a sus barcos, explica el profesor Vasilios Christides, quien señala que «empezaron como refugiados y terminaron como refugiados».

No se sabe mucho de lo que hicieron después. ¿Descubriremos pronto una nueva gesta conquistadora de nuestros antepasados del siglo IX?