El obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, pronunció ayer una de las más contundentes homilías de los últimos tiempos afirmando que los migrantes y refugiados «no son un peligro, son un bien que contribuyen al bien común», recordando además que «son necesarios, no un estorbo».

El prelado hizo estas afirmaciones durante la misa celebrada en la Catedral, con la que Córdoba se unía a la convocatoria del Día del Migrante y del Refugiado que celebraba la Iglesia. En la misma, el obispo se sumó a los llamamientos y las denuncias del Papa Francisco y criticó que el Mediterráneo se haya «convertido en un enorme cementerio».

Más aún, denunció que la explotación del migrante y el refugiado se haya convertido en el mayor negocio negro del mundo, condenando el tráfico de personas, la explotación esclavista laboral y la trata de blancas. Particularmente duro fue con los abusos sobre los menores refugiados y migrantes por su doble indefensión. Al respecto, hay que recordar que la Jornada Mundial del Migrante y el Refugiado de este año tenía como lema Menores migrantes, vulnerables y sin voz. Reto y esperanza.

Ante esta situación, Demetrio Fernández dijo que «lo que tenemos que hacer es acogerlos, abrir nuestros brazos y corazón», tanto a título particular como colectivo, y más aún «tratándose de la Iglesia». El obispo, además, abogó por leyes justas para los que buscan un futuro mejor o llegan como perseguidos.

Las palabras del prelado tuvieron también su reflejo tras la homilía en la Mezquita-Catedral, ya que el Palacio Episcopal acogió una celebración informal con una recepción a colectivos y cristianos particularmente implicados en la que se presentó al nuevo delegado diocesano de Migraciones: Manuel Vida. Mientras que los niños de los participantes disfrutaron de juegos y actividades en el patio del palacio, el profesor José Ramón Ruiz disertó sobre la historia de la ciudad. El encuentro concluyó con un almuerzo de convivencia.