Lo que está pasando no es una película, pero lo parece. Un filme en el que la trama se basa en una pandemia de escala global que obliga a miles de familias a permanecer confinadas en sus casas durante semanas para evitar el contagio de un virus. Pendientes todos de mil y una pantallas virtuales que nos cuentan lo que pasa en el mundo, la vida real ha pasado a concentrarse en pocos metros, para muchos, apenas lo que ven desde el balcón. Los personajes de esta historia real son gente de carne y hueso como María, profesora, y su marido, músico, que llevan recluidos en su piso desde hace cuatro días con sus hijos, un niño de 9 años y una niña de año y medio. «Pasamos bastante tiempo en el balcón ya que no se puede salir», explica ella, «hemos puesto una piscinita para sacar al bebé los días de sol con un poco de agua y desde aquí observamos lo que pasa afuera, como el trabajo diario de un montón de obreros, algo que no entendemos, no creo que sea algo de primera necesidad en un momento como este y me indigna, pienso que si no nos lo tomamos todos en serio el estado de alarma no va a acabar nunca». En su bloque no tienen azotea y el pequeño patio comunitario no se puede usar. «Bajé un momento el otro día para que a la niña le diera el aire y me subí enseguida porque me sentí mal por los otros vecinos», confiesa María.

Elena y su hija se encerraron en casa el viernes pasado y solo han salido para hacer una compra en el súper. «El balcón se ha convertido en el lugar de ocio», comenta Elena, «en agosto pasado me regalaron una bicicleta estática que aún no había estrenado hasta ahora, mi hija juega aquí afuera con la pelota». Se han creado su propia rutina diaria en la que el balcón se ha convertido en el punto de encuentro con otros seres humanos, aunque sea a distancia. «A la niña le encanta, el lunes salió al balcón y se puso a gritar a los vecinos que hacía un día de playa», comenta divertida, «hemos colocado el arcoiris para decorarlo y estamos haciendo dibujos cada día para hacer una tira que colgaremos en el balcón». El patio y la azotea están cerrados «y hay una circular de la comunidad avisando de que hay multa si se usa», afirma.

Elena y su niña. Foto: SÁNCHEZ MORENO

María Molero vive confinada en su casa del Realejo con su marido, ambos de más de 70 años. «Yo salgo mucho a mi balcón para cuidar de mis plantas», explica, «me entretengo viendo a la gente y también con el momento de las palmas de por la tarde en el que todos los vecinos se asoman al balcón».

Marina Muñoz no sale de casa desde el jueves. Sufre una dolencia pulmonar que la hace muy vulnerable al virus por lo que se ha aislado en su casa. Para no tener que salir ni tocar a nadie, utiliza un original sistema, una cuerdecita que tiene atacada al balcón y que tira a su nieta o a su hija cuando acuden para llevarle comida o cualquier otra cosa. Según explica, en su caso, el balcón no es gran distracción porque da a un callejón donde no pasa gente y tampoco hay nada que ver, por lo que su mirada se centra en el interior. «A mí me da la vida mi patio, lleno de flores, con eso estoy distraída todo el día, yo no pongo ni la televisión», concluye rotunda.

Elena y su familia. Foto: SÁNCHEZ MORENO